Veintitrés de noviembre. Es veintitrés de noviembre. Siento que he perdido las ganas de todo. No me apetece comer, a penas duermo, tampoco quiero pasear o conversar. Me aparto de todo y de todos y paso las horas mirando por la ventana. No me acabo de hacer a la idea de que ya haya venido el otoño.
En la calle un arce, con unas pocas hojas de color rojo, es mecido violentamente por el viento que le despoja la copa haciendo volar su vestimenta por los aires mientras la lluvia hace oscurecer el suelo. Paso las horas contemplando esta pelea entre el viento y el árbol. Como ya te dije, querido lector, tengo un pánico cerval a estarme volviendo loco, es una angustia que atenaza mi cuello y tiene a mi pecho como lleno de burbujas bullendo alocadamente entre sus paredes. Me pesan hasta los pensamientos.
Una mano toca mi hombro y me sobresalta: es ella.
- Ven, que el doctor Fouce quiere verte – Me dice con suavidad.
Me levanto en silencio y voy tras sus pasos a la zona de los despachos. Sin decir una palabra. Completamente extrañado. ¿A qué viene ahora esta dulzura?. ¿Por qué ahora me trata de tú?. Si hasta ayer… o hasta donde llega mi memoria evitábamos mirarnos, tratándonos lo mínimamente indispensable, siempre de lejos y de usted. ¿Por qué ha tocado mi hombro como lo ha hecho?. En otro momento hubiera vendido hasta mi alma a todos los demonios por una caricia así. Pero ahora, lejos de confortarme, me causa una inquietud extrema.
A la puerta del despacho, vuelve a suceder otra vez: llama, espera la invitación a entrar del doctor, abre la puerta y al invitarme a pasar, pone su mano en mi espalda oprimiendo levemente mi escápula mientras cruzo el umbral de la puerta. ¿Por qué me toca así ahora?.
El doctor Fouce me invita a tomar asiento. Ella se sienta a su lado, un poco alejada con la placa de constantes y observaciones.
- Bueno, señor Walker, ¿cómo se encuentra hoy?
- Un poco extrañado, doctor – le dije con una voz muy baja.
- ¿Extrañado?, ¡vaya!, ¿podría decirme el motivo de su extrañeza?
No me atreví a hablar de los leves contactos físicos que acababa de mantener ella conmigo, así que pasé al tema que el doctor parecía esperar de mí y aprovechar, de paso, para ver si podía solventar alguna de mis dudas aunque, en realidad, creo que me daba terror saber qué había podido pasar conmigo en este tiempo.
- Estoy extrañado porque… bueno, es como si el tiempo hubiese dado un salto de unos días acá
- ¿Cuántos días acá, señor Walker?
- Pues… no lo sé… para mí…dos o tres días más o menos
- ¿Dos o tres días, nada más, señor Walker?
- Pues sí, dos o tres días a lo sumo… ¿por qué, doctor?
- ¡Oh, nada, nada…!, pero ¿está seguro de que sólo han sido dos o tres días?
La insistencia me extrañaba a la vez que me inquietaba profundamente. Mi angustia aumentó cuando ella y el doctor intercambiaron unas miradas de complicidad.
- Bueno, es que hace unos pocos días estábamos en verano y ahora… pues como que…
- ¿Si?
- Como que hubieran pasado unos meses de golpe
- ¡Ajá!
- ¿Qué día es hoy, doctor? – volví a preguntar, buscando una confirmación a lo que acababa de ver la otra noche en el ordenador
- ¿No lo sabe usted?
- Yo diría que estamos a finales de agosto… o primeros de septiembre todo lo más – mediomentí con aspecto inocente.
- Hoy es miércoles, veintitrés de noviembre.
- ¡Vaya…!
Ella abrió la placa de constantes y observaciones y empezó a pasar algunas hojas, con semblante de preocupación mientras se hacía un silencio pesado en el despacho.
- ¿Ha pasado algo estos días, doctor? – pregunté temeroso
- No recuerda usted nada, ¿verdad?
- ¿Qué tendría que recordar, doctor?
- No es momento ahora de hablar de ello, me temo. Ya hablaremos en otro momento. Ahora dígame una cosa, señor Walker: ¿estaba usted tomando adecuadamente la mediación que le tenemos pautada?
- Sí, claro, doctor… - mentí otra vez - ¿por qué?
- ¡Oh, nada, nada..! Bien, pues puede volver a la zona de hospitalización, señor Walker.
- Una cosa, doctor…
- ¿Si?
- ¿Le gustó el relato?
- ¿El relato…?
- Sí – le dije lleno de angustia – Lo de El Prodigio de Lugo…
- ¡Ah, sí…! – pasó unas cuantas hojas atrás – sí..., si… Muy poético, desde luego… Ya hablaremos de ello, sí…
El doctor quedó un instante pensando, como si acabara de recordar algo y dudara en si debía o no decirlo. Al final se decidió a hablar.
- Por cierto, ¿sabe una cosa, señor Walker?
- Dígame, doctor – le dije con cierta aprehensión.
- Pues... en fin, quería contarle que... bueno...
- ¿Sí? - Nunca había visto al doctor Fouce tan dubitativo
- Pues... verá: hace un par de días estuve paseando por la Muralla y me detuve ante el árbol en cuestión, el de su relato ¿sabe?. Y.. bueno pues me acordé de usted porque… ¿sabe lo que vi?
- No, doctor, dígame - le dije con una expresión que debía rayar el pánico
- Pues otro grupo de flores blancas en el árbol, como una bola de nieve… Sí, sí, al verlas me acordé de usted. Incluso tomé unas fotografías que… bueno, ya se las mostraré en otro momento.
- ¡Vaya…!
Ella se levantó algo azorada y me invitó a dejar mi asiento y volver a la zona de hospitalización.
- Hasta otro momento, señor Walker
- Hasta cuando quiera, doctor
Por el camino ella volvió a tocar mi hombro, me miró con sus ojos llenos de tristeza y me dijo casi con un tono premioso:
- Green, por favor, toma bien la medicación, deja de esconderla como estás haciendo. Te lo ruego por tu bien, Green.
La miré un tanto desconcertado. Hacía mucho tiempo que no me hablaba a penas y mucho más que no me llamaba por mi nombre. Otra vez hubiese vendido mi alma por volverla a oír llamarme Green, pero esta vez me dejó profundamente triste. Porque, ahora sólo había lástima en aquella mirada, nada que ver con lo que había existido hace ya demasiado tiempo.
Veintitrés de noviembre… con un paréntesis en blanco. Afecto que sabe a compasión y muchas preguntas sin responder. Tristeza, angustia y mucha, mucha confusión… A lo mejor tiene ella razón y debería empezar a tragarme las pastillitas que me dan tres veces al día. Debo de estar completamente loco.