Me siento un tanto confuso. No entiendo lo que pasa; la verdad, esto es muy raro.
De repente, noto que todo ha cambiado. Estoy convencido de que ayer estábamos en pleno verano. Pero hoy parece haber caído el otoño de golpe. El cielo está lleno de grises nubarrones amenazando lluvia. Es como si hubiera dado salto en el tiempo sin darme cuenta. ¿Qué ha pasado?.
Y el entorno… lo encuentro diferente también. Por ejemplo, Germán está muchísimo mejor, como si no le hubiera pasado nada, es, sencillamente el de siempre. Además, los compañeros se muestran diferentes conmigo, con comentarios del tipo “¡vaya, hombre, ya era hora de que se te viera el pelo!” o “¡hombre, me alegro de que estés bien otra vez!”. ¿Es que me ha pasado algo?. No recuerdo nada especial, ayer fue un día monótono y gris como siempre, por lo menos hasta donde me llega la memoria. También noto diferente al personal que nos cuida, está como más solícito conmigo. Y también creo que más vigilante. Ella sigue sin decirme nada, pero sus ojos están más tristes cuando me miran.
Al escapar al ordenador me asaltaba el miedo a estarme volviendo loco de verdad, como si este juego pudiera írseme de las manos. Pero ahora, sentado al ordenador de la doctora Salazar que, por cierto, había cambiado la clave aunque no la costumbre de tenerla anotada en un trozo de papel bajo el teclado, he encontrado dos detalles que me han puesto la carne de gallina: Al abrir el el blog, encuentro este poema que no es mío. ¿Quién habrá podido entrar y colgar semejante salvajada?. El poema me recuerda mucho al estilo de Germán, sin embargo, y a pesar de todas sus habilidades, no creo que haya averiguado mi password, bien personalizada, como cabe en algo tan delicado.
La otra cosa que me ha asustado, hasta el punto de dejarme un rato rígido y confuso ante el teclado, ha sido contemplar las fechas. El poema está fechado en octubre y ahora resulta que ¡estamos en noviembre!. Yo juraría y pondría la mano en el fuego al afirmar que hará dos o tres días que colgué el relato del epílogo a “El Prodigio de Lugo”. No puede ser que hayan transcurrido tres meses. Pero las fechas no mienten. ¿Dónde estoy?, ¿Qué ha pasado?.¿Dónde estuve este tiempo si no he estado aquí?. Empiezo a tener miedo. ¿Y si resulta que estoy realmente enfermo y mi estancia en este frenopático queda plenamente justificada?. Has de saber, querido lector que mi hospitalización fue voluntaria, completamente voluntaria; y lo hice porque, aunque a penas crucemos palabras o miradas, aunque parezcamos ignorarnos el uno al otro, quiero estar cerca de ella. Una vez que se conoce el mundillo de locuras, locos y loqueros, resulta que es muy fácil acceder a un frenopático. Ciertamente llevo bastante camino andado y sé qué hay que decir para que te metan dentro y qué hay que decir para que te saquen fuera. Es tremendamente sencillo. Pero temo si tanto tiempo jugando con la locura podrá estarme pasando factura.
Lo que tenía intención de contar parece ahora haber perdido importancia. Por ejemplo que aún no he tenido ninguna respuesta del doctor Fouce a mis escritos, aunque tampoco sé qué esperar del médico. O hablarte de que ahora me encuentro algo vacío, sin saber muy bien qué hacer. Dejándome llevar por la corriente de la monotonía hospitalaria, que es tanto como decir la corriente de un estanque o de una ciénaga. Caminar por el pasillo sin llegar a ninguna parte y embotar los sentidos ante el televisor.
O decir que Margarita sigue llorando como una magdalena. Sólo le falta un poco de sombra de maquillaje bajo los ojos para realzar su porte de actriz dramática salida de una tragedia shakesperiana. Creía que se debía a la muerte de Vicenta, pero ahora no sé decirte qué es lo que le pasa a Margarita, pero sigue completamente derrotada. Eso sí, hoy he visto que la trata la doctora Salazar. Supongo que le irá mucho mejor, pues a pesar de su porte despistado, es mucho más sensata y abierta a la escucha.
Y es que, afortunadamente para todos, los doctores Valle y Fernández ya no están aquí. Cuando pregunté por ellos, me explicaron que “habían pasado a otro dispositivo”. No entiendo muy bien esta respuesta, el caso es que ya no están aquí. Eran fáciles de engañar y de manipular, cuanto más engreídos y estúpidos resulta mucho más fácil conseguir lo que se quiere de ellos, sobre todo desde nuestra posición de inferioridad. Si queda el doctor Fouce, perro viejo o la doctora Salazar, me temo que va a resultar mucho más difícil engañarles. De todos los modos, eso no me importa ahora, ya que no tengo grandes intenciones de salir de este frenopático.
Hubo hoy un comentario de Germán que me dejó muy pensativo. En fin, como suele tener costumbre, a mediodía me asaltó con una colleja en la sala de estar:
- ¿A que no sabes por qué los hombres tienen pene, Walker?
- Seguro que no, Germán
- Pues mira, en el momento de la creación salimos extraplanos, como una compresa de esas con alas. Pero después dios nos coge el pito y se pone a soplar hasta que nos hincha, así los da vida. ¿No has oído hablar del “soplo vital”?. Pues mira tú por donde nos lo insufla.
- No me imagino a Dios Padre soplándosela a cada varón que pone en el mundo.
- ¿Y quién te asegura que Dios es del sexo masculino?
- ¡Ah, bueno!. En ese caso estaría más conforme… sí, una diosa soplándomela no estaría nada mal, pero ¿y a ellas?.
- A ellas les meten el bombín por la válvula, de ahí lo de vulva, y así las infla.
- ¿Una diosa inflando por ahí a las hembras?. ¿Con qué herramienta?, ¿en qué quedamos Germán?
- En un Dios Andrógino.
Más allá de la blasfemia, esta ocurrencia de Germán me ha dado mucho que pensar. La locura puede llevar a niveles superiores de razonamiento y comprensión, desde luego, lo que permite comprender algunas realidades cuyo conocimiento no resulta alcanzable desde lo que llaman cordura. Seres de dos dimensiones que alcanzan una tercera a través de un “soplo de vida”. ¿Alguien podría hacer algo similar en este mundo bidimensional con estas sombras?. Un soplo vital nos permitiría alcanzar la corporeidad de la que carecemos?. En fin, más allá de lo grato o ingrato que podría resultarme una felación, me asalta el temor de poder llegar a ser un cuerpo sobre este mundo plano, esto me causa una sensación de vértigo insoportable.
Releo el poema. No, no es mío. Desde luego que no es mío. Y mientras tanto, una garra acerada de angustia se prende de mi garganta.
Tengo miedo, querido lector. Tengo mucho miedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario