Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

Ocurrencias Delirantes

11 de mayo de 2012

OCURRENCIA DELIRANTE XXIII

- Verá, señor Walker… he leído atentamente su relato y…
- ¿No le ha gustado?
- Sí, claro que me ha gustado, me parece muy… ilustrativo, pero no es sobre eso de lo que quería hablarle, no soy quien para hacer una crítica literaria. Es otra cosa…
- Dígame, doctor
- Bueno, antes que nada... vera… lo del diablo… supongo que es una metáfora, un recurso literario ¿no?
- Puede ser – le dije poniéndome a la defensiva.
- Si, bueno, así me lo parece, pero hablaremos en otro momento de ello. Pero a lo que me refiero es a esa eterna huída que parece hacer usted, encerrándose  en un círculo vicioso, como una pescadilla que se muerde la cola.
- Bueno… eso es la Muralla, ¿no?, una pescadilla que se muerde la cola, un círculo aunque no sé cuánto de vicioso… - bromeé
- Ya bueno… el problema es que, según lo cuenta usted, parece hallarse bien instalado, atrapado o más bien dejándose atrapar por el dialelo y, además, no parece tener usted ningún deseo de salir, ¿me equivoco?
- ¿Dialelo?
- Sí, dialelo, círculo vicioso o pescadilla que se muerde la cola o cinta de Möbius, el Eterno Retorno…
- ¡Ah!...
- Bueno es lo que me sugiere su relato: partimos de una historia cotidiana, esto es, un amor desgraciado, o frustrado, como tantos y tantos y usted se obsesiona con ello y termina por encerrarse en un círculo vicioso en el que continúa obstinadamente. Y, además esta estancia en el hospital, al igual que las anteriores,  forma parte de un dramático y absurdo guión de vida… excepto…
- ¿Excepto…?
- ¡Oh, nada… nada…!, bueno eso prefiero comentárselo en otra ocasión. Pero dígame, señor Walker, ¿es correcta mi suposición?.
- Déjeme pensar, doctor…
- Claro…


Y quedamos en silencio un buen rato. Mi imagen corriendo por el adarve eternamente, sin tener dónde ir, dando vueltas y vueltas por los siglos de los siglos me empezó a parecer un tanto angustiosa de puro sin sentido.


- No sé que decirle, doctor. Tal vez sea un refugio
- Ajá, señor Walker. Y si así fuera, ¿de qué se estaría usted refugiando?


Tocado. 


- Prefiero no hablar de eso ahora, doctor… no es tan fácil de contestar - le dije un tanto azorado.


Comencé a sentirme muy mal, me vino un violento ardor a la cara y un sudor frío empezó a resbalar por mis sienes. Y lo peor, es que noté que el doctor se había percatado de ello. Le había mostrado uno de mis puntos débiles, a buen seguro, ya sabría por donde podía atacar, dónde le duele a uno y por dónde meter el dedo o el bisturí


- Verá, señor Walker, es que me da la sensación de que en su vida no hay más que eso, que esta historia que no cuajó. Y es más que probable que con ello esté llenando un vacío más intenso del que huye constantemente y así no hay forma de construir nada ni de vivir. Y vuelta a empezar. Vamos, la rosquilla, la pescadilla que se muerde la cola, el dialelo… No le queda mas elección que un tipo de locura u otro tipo de locura. Digo yo que tendrá que haber más cosas en su vida que esta desgraciada historia de amor, ¿no?…
- Discúlpeme doctor Fouce… Ahora no quiero pensar en eso.


Me levanté bruscamente del asiento y busqué la puerta. La enfermera vino detrás de mí, pero salí raudo y huí del despacho muy nervioso, con la intención de regresar a los pasillos de la zona de hospitalización.  Me acerqué a la puerta y comencé a aporrearla desesperado. La mano del doctor Fouce, que vino detrás mío me tocó en la espalda.


- Serénese, señor Walker, serénese. Ya le abro la puerta ¿vale?


Comencé a jadear como un perro herido. El doctor Fouce, seguido de la enfermera, abrió la puerta y me tomó del brazo, acompañándome por el pasillo hasta la sala de enfermería. Le dio una orden discreta a la enfermera y al momento me suministró un par de pastillas amarillas para que las dejara disolver bajo la lengua.


- ¿Quiere pasar un rato a la habitación?
- Me vendría bien.
- Acompáñele un rato, hasta que esté más sereno.


La enfermera me abrió la cama y me invitó a echarme un rato mientras me daba instrucciones a cerca de cómo debía respirar. Al rato me sentí mas tranquilo y me dejé llevar por el suave y grato sopor farmacológico.


Y ahora, en este despacho desordenado me encuentro más confuso y con la sensación de estar verdaderamente enfermo. Dicen que reconocer la enfermedad es un primer paso hacia la curación. Aunque no estoy nada seguro de si deseo curarme de esta locura.


En la mesa siguen abiertas las carpetillas de mis nuevos compañeros. Voy a seguir leyendo un poco. A lo mejor, conocer la locura ajena, puede ayudar a remediar la propia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario