Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

Ocurrencias Delirantes

13 de julio de 2011

OCURRENCIA DELIRANTE XV

Llevo ya unos cuantos días privado de papel y bolígrafo. Y sigo sin hallarme, sin saber qué hacer. Hoy me han dicho que me va a recibir el doctor Fouce, al fin podré pedirle más material para cumplir con sus requerimientos y, de paso, refugiarme en esta actividad en la que me encuentro tan a gusto.

Estos días están resultando muy difíciles. Parece que todo se deshace bajo los pies. De aquella rutina de las peroratas de German, los paseos de Vicenta y Margarita y la compañía de Martiniano, a penas queda ya nada.

Tras unos días de aislamiento, ataduras y sedación a dosis generosas, Germán ha regresado convertido en un despojo humano. Igual que un toro de lidia tras tres puyazos, tres pares de banderillas y una faena de muleta  profunda y de castigo. Daba pena verle, caminando como un muerto viviente, a cortos pasos, tambaleándose y con el rostro inexpresivo y somnoliento sin poder evitar que la saliva se le cayera por la comisura de los labios. Cuesta trabajo comprender como una medicina cuyo fin es curar o ayudar a recobrar la salud, puede llegar a convertirse casi en un arma de destrucción masiva, según las manos que la utilicen. No pude evitar recordar aquellas mañanas tan duras de resaca, cuando Víctor conseguía que me tragara entera la pastillota blanca y redonda de Sinogán. Al cruzarme con Germán, intento saludarle y conversar un poco, pero a penas puede farfullar una blasfemia y pedirme que le deje en paz, que no tiene “putas ganas de hablar con nadie”. Y sigue caminando, con el pijama desaliñado y medio caído tambaleándose por el pasillo.

Margarita parece un personaje salido de una tragedia griega. Oí comentar a las enfermeras que la muerte de Vicenta y la agresión de Germán la habían hecho revivir ciertos traumas de la infancia, entre ellos la muerte de su madre. De algún modo parece que Margarita ha vuelto a quedarse huérfana. Como si le hubiera caído una maldición divina, deambula por el pasillo como una sombra perdida, como un alma en pena vagando por el valle de las sombras, con los ojos casi cerrados y el rostro fijado en una expresión de horror y duelo. De vez en cuando, se detiene a hacer declamaciones plenas de dramatismo del tipo “madre querida, que nunca trabajos me diste”. Otras veces se cae o, mejor dicho, se deja deslizar hasta el suelo, generalmente en medio del pasillo donde permanece inerte, hasta que se cansa para levantarse trabajosamente y seguir caminando. El personal hace caso omiso de estas caídas y no nos dejan que la ayudemos a levantar. “Déjenla, déjenla, que ya se levantará ella cuando le parezca”, es lo que nos dicen. Y así hacemos, pasando a su lado como si no hubiera nada, como si fuera el cadáver de un animal muerto en medio de una carretera.

Y Martiniano se fue ayer. Vino la policía a llevárselo.

-          Me voy, señor Walker, los médicos han concluido que no tengo ninguna enfermedad mental y que soy responsable de mis actos. Ahora he de pagar por lo que hice.
-          Lo siento mucho, Martiniano
-          Es la vida. Además me quedo mucho más tranquilo. No iba a poder vivir con la culpa de haber matado a un hombre y no recibir castigo por ello. Así se equilibran las cosas, ¿no le parece?
-          Bueno, por un lado… en fin, si usted lo ve así…
-          Además no tengo ya familia. Desde que murió mi mujer… tampoco tenemos hijos… lo mismo me da estar en mi casa, que en una residencia de ancianos que en la cárcel, quizá me sea más familiar este último sitio, por lo que fue mi trabajo, ya sabe usted. En fin, es la hora de irme. Encantado de conocerle y cuídese mucho, señor Walker
-          Igualmente ha sido un placer conocerle, Martiniano, que la vaya bien donde quiera que tenga que ir. Créame si le digo que le voy a echar mucho de menos.

Nos dimos un apretón de manos y un sentido abrazo. Pasó al control de enfermería, donde entregaron los papeles y le acompañaron hasta la entrada donde le esperaba una pareja de la Policía.

Alicia sigue inquieta, aunque empieza a presentar ya los efectos de la medicación sedante a dosis veterinarias, es decir a dosis de grandes herbívoros. Igual que Germán, se tambalea de lado a lado del pasillo y lleva la pechera del camisón empapada de su propia saliva.

De algún modo, parece que la marcha de Martiniano y la muerte de la pobre Vicenta me han dejado huérfano a mí también. Me falta algo. Es como un vacío sentido en lo más hondo del vientre, un anhelo que no sabe dónde quedarse. Un buscar el cuerpo enjuto de Vicenta andando por el pasillo o el pelo canoso de Martiniano en la sala de estar para conversar unos instantes. Ahora el tiempo parece moverse con esa lentitud y pegajosidad más propia de una babosa indolente y viscosa que se arrastra indolente por los muros de este frenopático.

A media mañana me llaman al despacho del doctor Fouce. Tenía en su mesa los escritos había ido entregando puntualmente al personal de enfermería para evitar que acabaran reducidos a confeti en las laboriosas manos de Alicia.

-          Señor Walker, si le digo la verdad, me encuentro algo decepcionado con su relato.
-          ¿Por…?
-          Pues verá… no me cuenta usted nada significativo… en fin, hace usted un relato sobre algo ya conocido por todos los de aquí… Al fin y al cabo, ¡menudo revuelo trajeron aquellas flores!… todo aquello del Prodigio de Lugo y demás… Pero, no encuentro nada que tenga que ver con usted… nada subjetivo, nada que implique a sus sentimientos, más allá, eso sí, de unas cuantas opiniones un tanto negativas sobre mi tierra – me dijo con una sonrisa algo malévola.
-          ¿Opiniones negativas?
-          Hombre, le veo denostar la tranquilidad y la sencillez que destila esta ciudad. En fin, para alguien que ha nacido aquí, que ha crecido jugando junto a la Muralla, que tiene cada calleja y cada rincón asociado a alguna vivencia entrañable y que adora su tranquilidad, su aire provinciano, la sencillez de sus gentes y el hecho de que a penas pase nada… pues, en fin, que me llama la atención estas opiniones tan negativas. En fin, yo le propondría relativizar un poquito y le animaría a conocer más a fondo esta ciudad que, aunque no sea la más hermosa de España, puede llegar a resultar tremendamente entrañable.
-          Siento haberle disgustado con eso.
-          No, hombre, no, no me ha disgustado, faltaría más. Simplemente me llamó la atención esa amargura y esa rabia que proyecta usted contra esta ciudad que habitamos. ¿Tiene que ver con algo negativo que le haya ocurrido aquí?.
-          Puede ser doctor, puede ser… - le dije un tanto serio y pensativo, sintiéndome tocado - supongo que cada uno cuenta la feria según le va. Y yo no he sido feliz aquí, doctor. La vida se me hizo difícil y penosa desde el primer día, es posible que esté haciendo como el ciego que culpa al embaldosado cada vez que tropieza.
-          Tendremos que hablar sobre ello, señor Walker, cuando usted quiera, aunque me da la impresión, corríjame si me equivoco, que no está usted muy por la labor de hablar de sus temas personales.
-          ¿Por…?
-          Pues por eso que le dije. A ver, veo que está bien documentado sobre aquel fenómeno y que parece haberlo seguido en profundidad. Le imagino como uno de tantos curiosos presenciando las flores y pendiente de cuanto se publicó en los medios. Por cierto, creo recordar que el árbol volvió a florecer al otoño siguiente, aunque entonces sólo ocupó media columna en una página interior de El Progreso y poco más, ¿se acuerda usted de eso?
-          Efectivamente, así fue, doctor.
-          Bien, ya veo que lo ha seguido con todo detalle. El doctor Fernández me insistía mucho en que  hablara con usted del tema de las flores, pero ahora que lo tengo delante… en fin, que, a parte de lo ya comentado, no aparece nada relevante.
-          ¿Nada relevante? Es que el relato está incompleto, doctor.
-          ¡Ah! entonces faltan cosas…¿qué fue lo que pasó? ¿tuvo alguna dificultad a la hora de desarrollarlo?

Expliqué al doctor Fouce cómo me había quedado sin material de escritura y todos los problemas que se me pusieron para reabastecerme, por causas ajenas a mi voluntad y más próximas a la voluntad de su colega, el doctor Fernández.

-          ¡Ah, bueno!, si es por eso… entonces daré instrucciones al personal de enfermería para que no vuelva a tener estos inconvenientes. Si le parece bien, la próxima semana le espero aquí, a ver si ya tenemos el relato completo. Cuento con su sinceridad, ¿no?
-          Por supuesto, doctor… espero que esto no me traerá consecuencias negativas ¿verdad? – le pregunté medio en serio, medio en bromas.
-          ¿Consecuencias negativas…? No entiendo…
-          Pues eso, que crea usted que estoy loco de atar y que decida encerrarme en la habitación, o subirme la medicación o enviarme a un hospital de crónicos… – continué en tono de broma.
-          No, señor Walker – me dijo muy serio - No se preocupe por eso. Y, por favor, evite términos tan peyorativos como “loco de atar”, llevamos mucho tiempo luchando para erradicar este tipo de expresiones. Además cuenta usted con mi palabra de que cualquier medida terapéutica que consideráramos necesaria se comentaría previamente con usted. Así que le ruego que se exprese con total libertad… tenga en cuenta que, de algún modo, en estos sitios es donde el hombre, enfermo o no, puede hablar con absoluta libertad, siempre y cuando no haya violencia, por supuesto.
-          Bueno, total, para el caso que le van a hacer a uno…
-          Siempre se hace caso, señor Walker, siempre, aunque no lo parezca. – Me dijo todavía más serio – De momento voy ahora mismo al control de enfermería a dar instrucciones para que le faciliten papel y bolígrafo siempre que lo necesite.
-          Se lo agradezco mucho, doctor. La verdad que, después de todo lo que ha pasado, necesito escribir para no caer en la locura.
-          Sí, ha sido muy triste todo… - reflexionó con cierto pesar - … en fin, le acompaño hasta la zona de hospitalización.

Al poco rato volvía a tener conmigo unos cuantos folios y otro bolígrafo. Por fin voy a poder seguir relatando la historia de El Prodigio de Lugo.

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