Hoy me recibió el doctor Fouce en su despacho. Desgraciadamente, la reunión volvió a resultar un tanto breve debido a la escasez de tiempo de que dispone el doctor, por lo que resultó casi tan frustrante como las apresuradas entrevistas que suele mantener el doctor Fernández, con la única diferencia, si cabe, de que en este caso me sentí escuchado con mayor interés.
- Siéntese, siéntese, señor Walker – me dijo con la amabilidad y tibieza que le caracterizan mientras volvía a ofrecerme el sofá del tresillo que amuebla su despacho.
Tras este cordial recibimiento, el porte del doctor Fouce se tornó mucho más serio y reflexivo, parecía meditar profundamente sobre la manera de empezar la entrevista. El silencio se hacía algo tenso. Mientras tanto, el doctor revisaba sin decir nada una gruesa carpetilla llena de hojas manuscritas, deteniéndose a leer detenidamente en alguna de ellas. Al final, toda esa tensión quedó diluida cuando el doctor levantó su mirada hacía mí al tiempo que carraspeaba ligeramente:
- Verá, señor Walker, cuando mantuvimos aquella primera entrevista, la del otro día, quiero decir, resulta que no estaba yo al corriente de todos sus antecedentes. Hace unos días la doctora Salazar me comentó que recordaba haberle tratado en otra ocasión. Y el doctor Fernández me ha puesto al corriente de otros detalles que yo desconocía…
- Usted me dirá, doctor.
- Bueno, pues verá, por ejemplo… que usted ya había estado hospitalizado en otras dos ocasiones, en las que se le puso tratamiento y se le recomendó acudir a revisiones en nuestras consultas, a las que, por cierto, nunca acudió usted.
- Así es, doctor. La verdad es que me he encontrado bastante bien hasta ahora.
- Ya, pero estará de acuerdo conmigo en que el hecho de que ahora vuelva a estar hospitalizado por tercera vez no es un síntoma de que las cosas vayan bien, precisamente, ¿no?.
- Seguramente, doctor.
- Bueno… - revisó entre algunos papeles - aquí consta que tuvo usted un primer ingreso en febrero de 2009, tras protagonizar un escándalo con intento de agresión a un científico.
- Sí, algo de eso hubo…
- Entonces, usted estuvo hospitalizado durante algunos meses sin que los médicos que le trataron llegaran a establecer un diagnóstico fiable sobre su problema.
- No tenía ningún problema, doctor… Verá es lo de siempre. A penas recuerdo que hablaran conmigo, nadie me preguntó por qué hice aquello, unos me preguntaban por mi padre, otros por mi madre y otros por si oía voces. Al final decidí contestar lo que creía que querían oír y así me acabaron dejando en paz y accedieron a que me fuera a casa.
- ¡Vaya!
- En realidad, doctor, creo que no me ocurría nada. Yo tampoco entendía por qué me retuvieron tanto tiempo en el hospital.
- Supongo que después de aquel intento de agresión, pensarían que su conducta podía resultar peligrosa para los demás. De todos los modos, en las observaciones está recogido que nunca se mostró violento ni hostil hacia nadie, aunque le encontraban siempre muy aislado y muy metido en lo suyo. Se repiten mucho las anotaciones como esta: “pasa escribiendo la mayor parte del día, al final, igual que otras veces, coge sus escritos, los enrolla en un canuto y los tira a la papelera”. En fin, una conducta un poco extraña, si me lo permite.
- Le puedo asegurar que ninguno de aquellos escritos se perdió, doctor Fouce: todos llegaron íntegramente a su destino. Sobre mi aislamiento, bueno… en fin… pues que lo que sucedía a mi alrededor carecía por completo de interés para mí, por eso me centraba en lo mío.
- Que era escribir, para luego deshacerse de ello…
- Era escribir y deshacerme de ello haciéndolo llegar a su destino.
- Si no los tiraba usted a la papelera, ¿cuál era, pues, ese destino, señor Walker?
- Permítame reservarme el secreto, doctor.
- Bueno, vale, respeto su intimidad si prefiere no hablar sobre ello.
- Gracias, doctor.
Continuó revisando algunos folios del historial
- Su segundo ingreso en este hospital fue en noviembre de aquel mismo año. Entonces ingresó en la Unidad de Cuidados Intensivos tras sufrir un desvanecimiento en la Muralla.
- ¡Ah, sí!, fue un tiempo que me dio por correr.
- Efectivamente, había estado corriendo durante varias horas, sin detenerse, hasta el colapso circulatorio, por agotamiento y deshidratación. Fue entonces cuando le atendió la doctora Salazar y tampoco llegó a ninguna conclusión con respecto a su estado psíquico.
- Ya le digo, doctor, que a mí no me pasa nada, que no estoy loco.
- Y ahora lleva algunas semanas hospitalizado por voluntar propia, porque dice que está cansado de vivir, hastiado de la vida. Y luego nos habla de que estamos prisioneros en un mundo de dos dimensiones, como sombras… y luego está eso de las flores, una historia que desconozco sobre la que me insiste mucho el doctor Fernández: “pregúntele por lo de las flores… pregúntele, pregúntele, doctor Fouce”, me dice cada vez que comentamos su caso.
- Supongo que le habrá dicho que ahí estoy lleno de ocurrencias delirantes, ¿no?
- Bueno eh… bueno algo así. ¿Quiere hablarme de eso?.
- Es una larga historia.
- ¿Y por qué no me la cuenta, señor Walker?
- ¿Disponemos de mucho tiempo, doctor?
El doctor Fouce miró su reloj como si regresara de un viaje a otra parte, se sobresaltó un poco y buscó rápidamente su agenda:
- ¡Demonios!, tengo que ir a una reunión con Dirección dentro de diez minutos.
- ¡Vaya!
- Pero podría escribírmela, usted es escritor, ¿no?.
- No exactamente, pero algo así…
- Bueno, pues entonces, si le parece bien, hágame un relato escrito, como usted guste, métalo en un sobre y déselo a la enfermera que ya me lo hará llegar… y así, podríamos vernos… - consulta de nuevo su agenda – dentro de cuatro días. Bien, para entonces espero haber podido leer su escrito y podríamos comentarlo, si le parece bien.
- Me parece bien, siempre y cuando usted vaya a leerlo.
- Por supuesto, por supuesto, señor Walker… Verá, le confesaré que lo de las entrevistas cada vez me resulta más complicado, si no me lían con una cosa, me están liando con otra. Cuando puedo recibirles, ustedes no pueden venir porque o es la hora del aseo o la del desayuno, o la de la siesta, o la de la comida… y cuando ustedes tienen tiempo, entonces soy yo el que anda liado. Parecemos dos mundos condenados a no encontrarse, la verdad. Pero siempre tendré un momento para leer su historia.
- Lo intentaré, doctor
- Otra cosa, antes de terminar. Me han comentado que últimamente lo ven muy ausente, a veces hasta triste y que alguna vez le han visto llorando. Sin embargo, a mí no me da la impresión de que esté usted deprimido. Dígame, ¿qué es lo que le pasa?, ¿qué me puede contar al respecto?
Estamos más vigilados de lo que parece. Por momentos esto recuerda a la casa del concurso ese del Gran Hermano.
- Prefiero no hablar de eso ahora…
- Como usted prefiera, señor Walker. Si le parece bien, pediré a la enfermera que le acompañe a su habitación.
- Gracias, doctor Fouce.
El doctor Fouce dio instrucciones a las enfermeras para que me facilitaran unos folios, un bolígrafo y un sobre. Pero no me dejaron entrar a la habitación. Las normas son las normas. Así que tuve que ir cargado con todo el material la sala de terapia, empeñado en el difícil propósito de encontrar un rincón tranquilo donde escribir sin ser molestado.
La sala de terapia parecía hoy un casino de Las Vegas en miniatura. Hoy tocaba juegos de mesa: tute, parchís, damas, dominó y escoba. Una pequeña timba en cada mesa donde los compañeros del frenopático se enfrascaban en sus partidas. Resultó que Martiniano era un maestro del tute, haciendo gala de un absoluto control de juegos, bazas, triunfos y briscas. Varios enfermos se arremolinaban como público admirado por el arte que destilaba el guardia civil jubilado.
Encontré una mesa libre y dispuse los folios sobre la mesa. Enseguida escribí el título en letras grandes, centrado y subrayado. Y cuando me disponía a comenzar el relato, se sentó Germán a mi lado.
- ¡Hostias, Walker!, ¿vas a escribir una carta de amor a tu doncella amada?
- No, Germán, es un cuento para el doctor Fouce.
- ¡Eso no te falta Walker, que tienes más cuento que Calleja…!
- Me lo ha pedido hace un momento
- No sabía que le gustara tanto la literatura a ese
- Digamos… que me pasa consulta por escrito
- Vaya… ya no saben qué hacer…
En vista de que Germán no captaba mis deseos de soledad e intimidad, tuve que darme por vencido
- ¿Qué querías, Germán?
- Oye, una cosa, ¿cómo dijiste que se llamaba mi herejía?
Está claro que hoy no me voy a ir de rositas y que Germán quiere colocarme su píldora ideológica.
- Germán, lo que te dije es que eso que decías de que el dios de Israel del Antiguo Testamento era en realidad el demonio, era algo que habían pensado tiempo atrás los cátaros o albigenses, que, a su vez, tenían un sistema de creencias próximo al gnosticismo.
- Eso, eso, los cátaros… Esas cosas no nos las contaban en el seminario, era más para los últimos cursos. Y ¿cómo les fue a los Cátaros?
- Como a los otros herejes, se los acabaron cepillando.
- ¡Vaya, cómo las gastan esos que proclaman la religión del amor y la caridad!
- Sí Germán, así es la historia. Corrieron la misma suerte que otros tantos declarados herejes.
Y, por cierto, resulta un tanto curioso señalar que se persiguieron con mayor diligencia y furia a aquellas tendencias contrarias a la posesión de riquezas y poder terrenal por parte de los hombres consagrados al Señor y su Santa Iglesia.
- Ya, ya. Es que cuando dicen que nos amemos como hermanos parece más lo de Caín y Abel o Esaú y Jacob… o en los hermanos de José...
- Será eso, Germán.
- ¡Hostia!. Y yo que iba para cura… No me imagino ahora con Sotana.
- Supongo que podrías hacerlo muy bien. Dudo mucho que ellos crean en algo.
- ¡Cagüendios, Walker!. No entiendo cómo la humanidad lleva cinco mil años presa de semejantes patrañas. Es para renegar de casullas, sotanas, mitras y solideos, es como para cagarse en cuantas cruces haya por el camino. Yo no entiendo por que si ese dios es tan infinitamente bondadoso, tenemos que andarle pidiendo piedad cada momento, ni tampoco entiendo para qué cojones quiere tanto sacrificio, por qué tenemos que venerar el cuerpo torturado de su hijo, de verdad, Walker, es deplorable la imagen de cada cristo salvajemente torturado y ofrecido como sacrificio a ese dios padre de los cojones para acallar su puta cólera, o los otros preceptos que degradan al ser humano a ganado lanar, mira, Walker – comezó a embalarse su discurso –, en verdad te digo que me voy a cagar en todos los dioses, sean judíos, cristianos, musulmanes, grecolatinos, escandinavos o hindúes, me jodo en todos los profetas y...
- ¡Vale, Germán!. Vete a contarle esto a Margarita, que seguro que disfrutará un montón, y déjame escribir de una puta vez, que se me está yendo la inspiración – le corté bruscamente –
- Vale, tío vale…
Pero ya me había irritado lo suficiente como para terminar apostillando:
- Por lo que a mi respecta, podéis iros tú y todos tus dioses a tomar por el culo, macho. Además te he de decir que para no creer como dices que no crees en ellos, les tienes a todas las putas horas en la cabeza, más si cabe que el jodido Papa de Roma, ¡cojones ya!
- Vale, tío, vale… ya te dejo… joder que mala hostia gastas, tío…
Y se fue rezongando por lo bajo con una cara de perplejidad que desató alguna risita en la sala. La verdad, que me quedé un tanto desazonado tras esta salida de tono por mi parte, el pobre Germán merece un poco más de comprensión, pero hoy mi paciencia no está en su nivel más alto. Necesité un buen rato para reponerme bajo la divertida mirada de Sara, que consideró oportuno no mediar en esta pequeña trifulca.
Al cabo de un rato de silencio, comencé el relato. No fue especialmente difícil. Ya lo había escrito una vez, ahora lo re-escribiré para el doctor Fouce. El título es el mismo: “El Prodigio de Lugo”.
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