Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

Ocurrencias Delirantes

16 de junio de 2011

EL PRODIGIO DE LUGO II

Lugo es una ciudad muy tranquila. Demasiado tranquila. Y gris. Con esa resignada tranquilidad propia de la senectud donde se gruñe y se protesta, pero nunca se hace nada. A penas sin presente y sin futuro. Emparedada entre el intenso verdor de su suelo y un cielo predominantemente nublado y gris, como si el sol se ocultara tras un velo de nubes para no contemplar sus tejados de pizarra. A penas circulan trenes ni viajeros por su estación de ferrocarril. Casi nadie va a ninguna parte, como si su Muralla los tuviera eternamente atrapados. Incluso parece que al tiempo le cuesta trabajo transcurrir entre sus veneradas piedras, haciéndolo de un modo lento y trabajoso, como si el propio tiempo fuese ya viejo y achacoso.

Por eso, cualquier mínimo evento supone una brizna de aire fresco que rompe la asfixiante monotonía que envuelve la vida de sus gentes. No es, por tanto, de extrañar que la noticia de la intempestiva floración de un viejo peral al borde de la Muralla se fuera difundiendo rápidamente por la ciudad extendiendo un clima general de sorpresa y curiosidad entre los lugueses. Lejos quedaban ya los ecos de las fiestas de San Froilán, con todo el acopio de pulpadas, mercadillos, conciertos, orquestas, bailes y fuegos de artificio.

Enseguida se acercaron al lugar los fotógrafos de La Voz de Galicia y El Progreso de Lugo para realizar pulcramente su trabajo: unas cuantas instantáneas. A buen seguro, alguna de ellas sería imagen de portada al día siguiente. Mucho más excepcional resultó todo el despliegue televisivo que llevaron a cabo los medios locales, regionales y nacionales. Nunca se habían visto tantas cámaras en Lugo. Ni siquiera en las fiestas del “Arde Lucus”, donde toda la ciudad revive su pasado romano en honor a su Muralla. Poco a poco se fue apiñando sobre el adarve un considerable número de personas, entre curiosos y periodistas. Algunos bromeaban diciendo que había más gente en la Muralla que por las calles de la villa. Por doquier se veían cámaras, reporteros con micrófonos y redactores, hablando bien en directo o en falso directo para diferentes programas de sucesos y curiosidades, esos que rellenan la programación matutina y de sobremesa. Muchos curiosos fueron entrevistados: “Mire, y esto, ¿Cuándo sale?”, “Esta tarde, en el programa Gente”. Sus veinte segundos de fama, quedaban así garantizados.

“¡Flores en los umbrales del crudo invierno!, ¡quién lo iba a decir!”, introducía una popular presentadora antes de dar la noticia. El tópico de “los más viejos del lugar no recuerdan haber visto nada parecido” era repetido una y otra vez en las diferentes crónicas de los magazines televisivos, poniendo de manifiesto la falta de imaginación de los redactores. Más imaginativo fue la denominación de "El Prodigio de Lugo" que le dieron en otro popular programa. Así, a base de repetirlo una y otra vez, este nombre fue calando en diversos medios y así fue como terminó pasando a la historia este extraño fenómeno.

Por aquel entonces, hubo gente que se sorprendió al enterarse de que había árboles en torno a la Muralla. Se está tan habituado a la vegetación que acaba por pasar desapercibida, haciendo buena en este caso la inversión del conocido proverbio que dice “el bosque no deja ver los árboles”, lo que, a veces, también es verdad. Tiempo atrás, fruto de la desidia y el abandono, el monumento se hallaba ornamentado por todo tipo de plantas herbáceas y leñosas, de modo que, incluso, habían llegado a crecer algunos robles peligrosamente enraizados entre sus sillares. Luego, a finales de la década de los 90, se le hizo una completa rehabilitación, con lavado de cara, servicio de peluquería y afeitado, movidos por el afán de conseguir el galardón de Patrimonio de la Humanidad. Ahora, una vez obtenido el ansiado título, sus piedras vuelven a albergar diferentes clases de plantas que salpican de verdor el gris de la pizarra, ofreciendo la imagen de un muro salpicado de sueños estrellados, olvido y nostalgia.

En fin, otros paseantes más entendidos, sabían de robles, manzanos, castaños, nogales, tejos, higueras, ficus, laureles y otros árboles ornamentales de nombre desconocido, aunque a penas habían reparado en este modesto peral que ahora reclamaba todas las atenciones a costa de hacerse notar floreciendo tímidamente en el momento en que la naturaleza comienza su sueño invernal. Sí, hasta ahora, el árbol había pasado bastante desapercibido. Hubo quien le había confundido meses atrás con un melocotonero, como sucede con esas personas a las que damos poca importancia y que cada vez las llamamos de un modo diferente porque, aunque nos lo ha dicho, no recordamos su nombre. En este caso, es posible que el hambre de fruta fresca, la forma alargada de sus hojas y la belleza de sus flores tuvieran que ver con esa confusión. O tal vez fueran desvaríos de un hombre enamorado. Como suele suceder, el tiempo fue poniendo las cosas en su sitio y cuando los pequeños frutos empezaron a insinuarse con su forma característica entre las hojas verde oscuro, aquel hombre aclaró su confusión y volvió a llamar al árbol por su nombre.

Frente a la rama florecida fueron desfilando todo tipo de personas: jóvenes, mayores, parejas, niños, padres, paseantes, deportistas con chándal... todos se detenían a contemplar el fenómeno y conversaban entre ellos mientras señalaban con el dedo las diminutas flores. Muchos se hacían fotos con el árbol como fondo. Hubo incluso colegios que programaron excursiones a la Muralla, aprovechando la curiosidad de los críos, para explicarles la historia y características de tan singular monumento o enseñarles a reconocer diferentes tipos de árboles, una asignatura que no nos suelen enseñar ahora en ninguna parte. Y, por supuesto, para que alumnos y maestros pudieran contemplar el Prodigio.

Fueron, en general unas provechosas lecciones de historia y botánica que muchos alumnos recordarán para siempre, quizá debido al refuerzo que supuso la visión del peral extrañamente florecido. Desde lejos se oían explicaciones dirigidas a los alumnos como, por ejemplo, “La Muralla de Lugo tiene una antigüedad de más de 17 siglos… su perímetro supera los dos kilómetros…, el espesor de los muros ronda entre los 4 y los 7 metros y se conservan 71 de sus 86 torres, que, en su tiempo, estaban coronadas por torres de dos pisos con ventanales, como aún puede verse en La Mosquera…, la Muralla tiene diez puertas, cinco de la época romana y otras cinco que fueron abiertas entre los siglos XIX y XX que son las siguientes…” O bien “fijaos bien en la forma particular de este árbol y en su corteza, gruesa y de color gris, aquí tenéis un dibujo de sus hojas, éste árbol es un castaño…”. Mientras los alumnos más aplicados iban anotando presurosamente estas explicaciones en sus cuadernos, otros más traviesos se distraían, se ponían a juguetear y a hacer payasadas, terminando por enojar a los profesores. Entonces se oía como les regañaban en voz alta y les prometían severos castigos al regresar al colegio. Frente al árbol se oía a una profesora en medio de un grupo de pequeños vestidos con mandilones azules decirles que estos árboles florecen en primavera, dan frutos en verano y pierden sus hojas en el otoño “como todos los árboles que se llaman caducifolios o de hoja caduca...”.

Pero ninguno de estos profesores podía explicar por qué este viejo peral, una vez despojado de sus hojas y dispuesto ya para el sueño invernal, se ponía a florecer otra vez, comportándose como si el calendario se encontrara a mediados de abril.

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