Tras unas semanas de intensas investigaciones, los expertos no lograban ponerse de acuerdo sobre la causa de esta misteriosa floración, todos los interrogantes seguían sin ser contestados.
Los estudios de laboratorio no encontraron ninguna anomalía destacable: el árbol, aunque viejo, estaba básicamente sano. Sólo aparecieron algunas larvas habitualmente presentes en la corteza de la mayoría de los frutales, pero este hecho no tenía ninguna relación con el fenómeno. Tampoco aparecía ninguna alteración estructural en el xilema, la mayoría de los vasos se encontraban casi vacíos de savia, como corresponde a la época del año en que se encontraba, excepto, claro está, la ramita florecida que no fue arrancada. Las flores tenían una estructura normal, con sus correspondientes cinco pétalos, varios estambres y un pistilo y las hojillas, aunque débiles tampoco mostraban anomalías, salvo un crecimiento más lento que se relacionó con la ausencia de temperaturas altas.
Una primera tesis apuntaba al cambio climático como probable causa del fenómeno. La consulta de los archivos meteorológicos mostraba la existencia una climatología muy suave en los doce meses previos. En efecto, otoño e invierno habían sido tibios y benignos, con muy pocas heladas. La primavera también había tenido unas temperaturas muy suaves con un régimen normal de lluvias para continuar esta tónica durante el verano, fresco y algo lluvioso. Una climatología un tanto inusual, de modo que parecía que Galicia llevaba más de doce meses inmersa en una eterna primavera. Como es habitual, de la familia de las rosaceae sólo los rosales continuaban floreciendo, igual que lo vienen haciendo siempre en esta zona entre mayo y noviembre. Aunque el Pyrus comunis florece a temperaturas superiores a siete grados centígrados, no se tuvo noticia por estas latitudes de ningún caso de floración tan tardía – o tan precoz - de ninguna variedad de frutales. Tampoco se había registrado un caso similar en el resto de la península, lo que, de alguna manera, descartaba la posibilidad de que el cambio climático fuera la causa de esta extraña floración.
Por otra parte, los edafólogos habían encontrado en el suelo restos de alcohol y diferentes drogas y relacionaban el extraño fenómeno con los posibles efectos de una intoxicación por estupefacientes. En este caso, obviamente, la intoxicación habría sido involuntaria, claro está. Lo argumentaban basándose en la costumbre extendida entre la juventud de hacer botellón por la noche sobre el adarve de la Muralla y acompañarlo en demasiadas ocasiones de derivados cannábicos y de otras cosas más fuertes. Durante las fiestas de San Froilán, se habían registrado muchos festines de este tipo y los jóvenes solían terminar vomitando desde lo alto o jugando a ver quién es capaz de orinar más lejos. De este modo, un vertido masivo de tóxicos habría afectado al árbol, embriagándole y confundiéndole, provocando una alteración de sus ritmos internos, que habría dado lugar a una puesta en marcha, fuera de tiempo, de los mecanismos que rigen la floración.
Esta teoría fue muy criticada, ya que no había evidencias de que el alcohol, el cannabis u otros estupefacientes afectaran de esta manera a las plantas. Y no se había detectado ninguna alteración similar en los otros árboles que circundan la Muralla. Los defensores de la legalización de las drogas blandas, bastante airados, argumentaron que las plantas son, en definitiva, los laboratorios naturales que fabrican la mayoría de sustancias y principios usados en medicina, y que, por ejemplo, nunca se vio un árbol alucinando en medio de una plantación de cannabis o plantas
dormidas entre adormideras.
Otro grupo de botánicos – conocido por sus extravagantes trabajos de investigación - postulaba que el árbol se había vuelto loco. Sin más. Hablaban de “brote psicótico vegetal” o de “una variante de delirio arbóreo”, o tal vez “una alucinación primaveral en mitad del otoño”. Los que así pensaban, proponían una drástica poda que incluyera la rama afectada y la aplicación de diferentes tratamientos fitosanitarios en los que se incluirían medicamentos empleados en psiquiatría. No obstante, aconsejaban aplazarlo hasta el inicio de la primavera, si la evolución de la enfermedad y las condiciones del árbol lo permitían.
Aunque existen datos que sugieren cierta capacidad de comunicación entre algunas especies vegetales, como parece que sucede entre ciertas acacias espinosas espinas de Sudáfrica que podrían trasmitir mensajes a través de sus raíces sobre la presencia de depredadores herbívoros y responder con un aumento de la de taninos, no hay pruebas en el momento actual de que los vegetales dispongan de sistema nervioso, al menos tal y como se conceptúa en el reino animal. Y mucho menos un sistema nervioso tan evolucionado como para poder delirar, alucinar o sufrir una psicosis. En fin, esta hipótesis fue tomada poco más o menos que a chacota en los ambientes científicos que estudiaban el fenómeno, conociendo a sus autores como “los fitopsiquiatras”, o “fitopsicólogos” o, más coloquialmente como “los fitipalidis”
La hipótesis que contó con mayor aceptación, recogía un poco de todas las que se habían formulado previamente, considerando que se trataba de un caso de desorientación con pérdida del sentido de la temporalidad y de los ritmos biológicos, relacionado con la avanzada edad del árbol y la escasa variabilidad climática anteriormente comentada. Se trataría, pues, una variante botánica de la enfermedad de Alzheimer, abriendo interesantes posibilidades de estudio futuro en lo que a los ritmos biológicos de los vegetales se refiere. Aunque de nuevo se apuntaba la posibilidad de la existencia de algo parecido a un sistema nervioso vegetal, sus prudentes argumentaciones merecieron toda consideración y el trabajo se publicó en la prestigiosa revista Nature, con notable éxito y renombre para sus autores.
Pero esa tampoco era la respuesta. Aunque algunas se acercaron bastante a la verdad.
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