Sola, sin la escolta de hombretones de blanco, abrió la puerta y se asomó con una mirada triste y pesarosa que recorrió mi cuerpo tendido boca abajo en la cama.
- El doctor Fouce quiere verte, Green.
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- Es que… no quiero ir enseñando el culo por los pasillos. Necesitaría un pijama o una bata... quiero mantener, en lo posible, mi dignidad.
- Bueno… entonces, espera un momento
Salió de la habitación cerrando otra vez la puerta con llave. Entiendo que deben ser las omnipotentes y omnipresentes normas, pero el detalle no me hizo ninguna gracia y por un momento hubiera preferido ser expuesto por los pasillos con mis tristes desvergüenzas al aire y los estigmas del onanismo en el camisón. Esperé tendido boca abajo con cierta sensación de derrota.. Al poco rato regresó trayendo un batín azul marino y acto seguido me condujo en absoluto silencio hasta el despacho del doctor.
- ¡Ah, pasen, pasen… ¿cómo se encuentra hoy, señor Walker?
- Un poco cansado, doctor Fouce.
- No me extraña en absoluto… - Me dijo con cierta expresión pícara.
Se produjo un incómodo silencio ante mi negativa a seguirle la guasa. Entonces se hizo palpable la tensión que había en el despacho. La cosa no era para menos. Ella estaba sentada a un lateral de la mesa, con la placa de gráficas y observaciones en la mano. No podía evitar lanzarle miradas furtivas que ella se esforzaba por evitar. Sus gestos delataban una gran incomodidad, sobre todo, el empleo de la placa a modo de coraza que apretaba ora sobre su vientre, ora sobre su pecho. El doctor Fouce, completamente ajeno a ello, centraba su atención en revisar los papeles de mi historial que tenía repartidos sobre la mesa y en mi desgarbado aspecto.
- A ver, señor Walker, dígame cómo se le ha ocurrido hacer esto.
- ¿Lo de la protesta?
- ¿Qué protesta?
- Lo del onanismo, claro está.
- ¿Ah, pero eso era una protesta?
¡Qué decepción! Tanto gasto de energía y condenación del alma para que al final no se enteren de nada. Ahora pienso que hubiera sido preferible hacer graffitis marrones en la pared explicando a las claras mis reivindicaciones. Ante mi silencio el doctor continuó
- No, señor Walker, no me refiero a su… digamos peculiar modalidad de protesta, me refiero a la fuga que protagonizó usted hace unos cuantos días.
- ¡Ah, bueno!… Es que quería verlo con mis propios ojos…
- Se refiere usted a…
- Sí, doctor.
El doctor no pudo reprimir una mueca de frustración que recordaba a la de un delantero que acababa de fallar un gol cantado: se echó levemente hacia atrás contrayendo su expresión y sus labios hasta mostrar los dientes apretados mientras se rascaba la nuca como si le hubieran dado una colleja. A continuación rebuscó en el historial hasta encontrar un atestado de la policía y mientras lo leía movía la cabeza, asintiendo, mientras se frotaba la barbilla. Ahora todo le cuadraba.
- Fue el comentario que le hice el otro día, ¿verdad? – dijo con voz algo pesarosa
- ¿Lo del árbol?
- Sí, lo del árbol.
- Efectivamente, doctor; ya se lo he dicho. Quería verlo otra vez.
- Eso explica su fuga, desde luego, pero no explica por qué la policía lo recogió hacia las cuatro de la mañana en el aparcamiento.
- ¿Eran las cuatro de la mañana?.
- Sí señor Walker, a esa hora avisó el encargado a la policía, extrañado porque llevaba usted allí varias horas completamente inmóvil a pesar de la helada que estaba cayendo y de que no llevaba usted encima ninguna ropa de abrigo. Pudo haber muerto por congelación, ¿se da cuenta?
- No recuerdo nada de eso, doctor.
- ¿Qué recuerda usted entonces?, ¿Qué hizo, desde la mañana del domingo que abandonó el hospital hasta la madrugada del martes, que le trajo aquí la policía?
- Ya le he dicho que no me acuerdo, doctor. Sólo eso, que tenía que verlo con mis ojos. Luego no sé lo que pasó. Quizá me enredé en algunos recuerdos.
- Bueno, cuénteme lo que recuerda de su… digamos salida del hospital.
Hice algo de memoria en silencio. A penas recuerdo unos pocos detalles de aquellos días.
- Verá, una vez que salí del hospital…
- ¿Cómo lo hizo? – me interrumpió el doctor.
- Es… digamos… secreto profesional, doctor. No se lo voy a revelar.
- De acuerdo… - condescendió el doctor - siga entonces.
- Bien, después de salir del hospital fui andando hasta la ciudad haciendo honor a mi apellido. Una vez allí, subí al adarve de la Muralla y me puse a caminar hasta plantarme delante del viejo peral para ver y fotografiar las flores. Efectivamente, allí estaban, tal y como usted me dijo. Dos hermosos grupos de flores blancas entre las ramas desnudas. Me gustó tanto que decidí bajar por la escalera hasta la calle del Gran Teatro y entrar al aparcamiento para ver las flores desde allí, y entones…
No pude seguir, un tropel de imágenes empezó a fluir en mi memoria a una velocidad endiablada
- ¿Entonces?
- Verá… es que… - la miré de soslayo y contemplé su creciente nerviosismo y sus esfuerzos para mantener el control.
- Diga, diga…
- Bueno, pues pasé por un sitio que…
- ¿Si?
- … que me trajo ciertos recuerdos algo penosos.
- ¿Qué recuerdos, señor Walker?
- Ya lo sabe usted, doctor, ya se lo conté en el relato…
- ¡Ah…!
Un ruido brusco nos sobresaltó. La placa de constantes que usaba ella a modo de coraza cayó al suelo. Pidió excusas toda ruborizada y recogió la placa, recolocándose en la silla a la vez que reprimía un primer impulso de abanicarse.
Seguí en silencio. Era un recuerdo doloroso. El lugar donde me encontró la policía era el mismo en que aquella noche de febrero perdí mi corazón y mi cordura, hasta acabar precipitándome en la más tenebrosa de las locuras.
- Luego no sé lo que pasó, lo siguiente que recuerdo es que estaba en el hospital envuelto en una manta de aluminio, con una luz roja y cálida encima. Y luego me trajeron aquí y me llevaron a mi nuevo aposento.
- Ya, ya… - dijo el doctor mientras parecía reflexionar.
Y se produjo otro largo silencio. La volví a mirar y vi como su expresión había cambiado por completo. Su mirada se había endurecido. Había abierto la placa y dibujaba obstinadamente rayas y círculos en uno de los folios.
- ¿Ya no?.
- No. Me temo que estas han durado muy poco… con estos temporales que hemos tenido a últimos de noviembre y las sucesivas heladas…
- Ya.
- Pero esta vez no vaya a comprobarlo, mire, mire… esta foto la hice ayer.
Efectivamente, no se veía la diminuta mancha de blancor en la rama donde antes estaban las pequeñas flores.
- ¿También le interesa a usted lo del prodigio?
- Es un hecho curioso, desde luego, y después de leer su relato… En fin, señor Walker, llegado a este punto, he de decirle que no podemos aceptar las fugas como algo normal en este hospital. Usted lo comprende, ¿verdad?.
- Más o menos, doctor – respondí mecánicamente porque mi cabeza estaba en otra cosa
- Va a continuar en situación de aislamiento unos días más.
- ¡Vaya!,
- Sin embargo, vamos a proporcionarle papel, lápiz… y vamos a permitir que conserve usted ese teléfono que le han visto manipular y que hemos tolerado hasta ahora, aunque usted no lo supiera. Verá, son pocas las cosas que se nos escapan, señor Walker.
- ¡Vaya, podían habérmelo dicho antes…! Por cierto, necesitaría alguna pomada para las hemorroides.
- Seguramente se habrá hecho una fisura. No se preocupe, ya se lo escribo aquí. También habrá que darle una dieta rica en proteínas si piensa seguir su plan de protesta.
- Bueno.
- ¿Alguna cosa más, señor Walker?
- Sí… ¿Para qué el papel y el lápiz?
- ¡Ah, sí…!, verá usted, las peripecias de su fuga me han hecho recordar aquel ingreso que tuvo usted, hace ya tiempo, cuando le trajeron medio muerto desde la Muralla ¿se acuerda usted?
- Algo sí…
- Pues bien, si usted lo desea, claro está, me gustaría que me hiciera un relato sobre lo que vivió usted aquellos días para tener una idea de su… digamos problema y ver cómo le podemos ayudar. ¿Cuento con ello?
- Lo intentaré, doctor.
Y con cierta picardía añadió:
- Y así, mientras escribe no se somete usted a… ese continuo desgaste
- De acuerdo doctor.
- Le veré dentro de unos días. Puede usted volver a la habitación.
Ella también se levantó de la silla. Su rostro era muy serio y su mirada me traspasó y heló la sangre. Abrió la puerta del despacho donde quedaba el doctor Fouce escribiendo en las hojas del historial. Salimos fuera en silencio. Mecánicamente, fue abriendo las puertas y me condujo hasta la habitación.
- Debe usted darme ahora la bata, señor Walker – me dijo de modo frío y mecánico.
Volví a quedarme con el camisón jalonado de manchurrones. Ahora era “señor Walker”, hasta hace tan sólo unos instantes yo había sido “Green”. Ella recogió el batín y se acercó a la puerta. Antes de cerrar, se volvió para decirme:
- Luego le traerán el papel, el lápiz y la pomada; ahora tenga la bondad de esperar y…
Quedé esperando a que terminara la frase con una angustia creciente
- … y quiero que le quede muy claro que aquí me limito a cumplir con mi trabajo y que no quiero saber absolutamente nada de esos asuntos suyos. ¿Me ha entendido, señor Walker?
No le contesté. Salió cerrando la puerta con llave.
Más que las palabras, fue su mirada. Dura y afilada como una espada. Gélida hasta dejar en mi vientre una espantosa de frío que paralizaba la respiración. Una mirada de esfinge.
Al poco me trajeron el papel y el lápiz. Lo dejaron en la repisa de la ventana ante mi indiferencia. Intentaré satisfacer al doctor. Otro día… Comprendo ahora por qué desaparecieron las flores.
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