- Tranquila, no tengas miedo – dijo poniendo suavemente su mano tibia sobre el frío dorso de la de ella. - Te vuelvo a repetir: esto no es más que un sueño. Anda, para ahora el coche donde puedas y escúchame un poquito. Te lo ruego.
Así lo hizo ella por segunda vez. Y le miró expectante.
- Verás – le dijo mientras ella le miraba con los ojos muy abiertos – con este abrazo y estos besos que acabáis... o acabamos de darnos, va a comenzar una bellísima historia condenada a terminar en un drama muy penoso para los dos. Aunque te puedo decir que la peor parte la he llevado yo... o la va a llevar él, como prefieras.
- Ya te dije que esto nunca tenía que haber pasado nunca...
- Pero el caso es que ha ocurrido, y, de algún modo, todo lo que ha de ocurrir a partir de ahora será inevitable. Él... yo... en fin, ese que acabas de dejar se va a dejar el alma hecha jirones de tato chocar una y otra vez contra lo imposible – le dijo con voz triste y ronca y la mirada fija en el suelo.
- No, no. Eso no va a pasar, eso no puede pasar, no tiene que pasar... – decía ella mientras una sombra de melancolía y desesperanza velaba su rostro
- ¡Ojala fuera así!. Pero, la verdad, es que me he deshecho hasta lo inimaginable en pos de tu amor.
- ¡Ay, no me digas eso, por favor...! ¡No quiero, no quiero, no...! Mira es que no quiero ni oír hablar de eso...
- Quiero que lo sepas. Ese hombre se va a enamorar como un loco de ti y tú no vas a poder corresponderlo.
- Ya te lo digo desde ahora: es que no te voy a poder corresponder… aunque confieso que me encantaría… pero no puedo, créeme.
- Yo ya lo sé. Es él el que no lo sabe; aún espera que puedas amarle. Y esa esperanza de llegar un día a ser digno de tu amor es lo que le va a consumir poco a poco hasta hacerlo cenizas. Hasta esto que ves aquí.
- Bueno, pues ya se lo explicaré, se lo dejaré muy clarito… y haré todo lo que pueda para que no te hagas daño. – dijo ella un tanto azorada.
- Nada va a servir. Será igual cuanto digas o cuanto hagas. Él se va a morir sin tu amor. Y con el poco amor que le acabarás dando en algún momento lo vas a terminar matando... No hay escapatoria: hagas lo que hagas, él ya está condenado a morir, como lo estoy yo ahora.
- Te aseguro que no va a haber lugar...En ese momento, sonaba una canción de Sabina en la radio del coche:
Porque el amor cuando no muere, mata
Porque amores que matan nunca mueren
Y se quedaron un instante en silencio mientras discurría la melodía.
- Dime una cosa... – dijo él de repente– es algo que llevo mil días queriendo saber...
- Qué...
- ¿Le llegaste a querer... Me llegaste a querer?
- No entiendo esa pregunta... Hablas como si yo también viniese del futuro...
- Es verdad, perdona... ¿Me llegarías a querer, ahora?
- No lo sé. Si te digo la verdad, ahora no sé lo que siento. Tú... bueno, él... con ese abrazo... me ha hecho sentir algo tan... algo tan... No sé... Aún me siento en esa nube...Los ojos le brillaban y su rostro dulce se congestionó ligeramente. Él la miraba fijamente, mientras el corazón empezaba a golpearle en el pecho.
- ¡Ay...! tú también te estás enamoando... Pero para mi desgracia, acabará imponiéndose tu cabeza y tienes fortaleza suficiente como para negártelo... aunque haya momentos en los que vas a sucumbir a ese sentimiento. – La voz le temblaba y se le puso más ronca y melancólica – Y esto es... o va a ser vuestra... o nuestra... o mi perdición...
- ¿Y yo?, ¿ Qué pasará conmigo? Sólo estás hablando de ti…
- Ya te lo he dicho. Tú eres mucho más fuerte... en cierto sentido, más madura... Él no tiene a qué agarrarse. Tú sí. Podrás superarlo. Tú no vas a perder el control. Cuando huí de mi tiempo tú parecías encontrarte bastante bien y parece que pudiste dejar atrás esta historia sin grandes problemas... Pero él no va a poder... Yo no he podido... No puedo...Su voz se tornó más ronca y apagada mientras su mirada caía al suelo. Ella lo miró con tristeza.
- Ójala esto no hubiera pasado jamás.
- Quiero decirte algo que... bueno, él te lo dirá dentro de unos días. Sí, bueno vais a veros y te lo dirá... pero aún quiero decírtelo ahora... – tomó aire-. Es esto, mira: con todo lo que he sufrido, que ha sido mucho… – le tembló la voz antes de empezar de nuevo – con todo lo que he sufrido que ha sido lo indecible… aún puedo decir me ha valido la pena vivir, sólo por ese instante que hemos tenido tú y yo hace un momento. Sí, sólo por un instante así, contigo me ha validola la pena vivir, te lo juro...Y te juro también que hoy, aún sabiendo lo que sé, volvería a hacerlo.
- ¿El qué?
- Besarte...Los ojos de ella se desviaron inmediatamente hacia el salpicadero del coche; se hizo un silencio. Él volvió la coger su mano que aún estaba algo fría. Ella notó enseguida la tibieza y la blandura de la suya. Se quedaron en silencio mirando hacia adelante.
- Ya tengo que irme – le previno ella con cierto pesar.Antes de soltar su mano y salir del coche, se miraron a los ojos con tristeza. Él cerró los ojos con un rictus de dolor y con una voz entre el susurro y el estertor le dijo:
- Dame un beso. Un último beso... para mí...Ella le miró también con un gesto de dolor en el rostro: esa horrible mezcla de deseo y temor. Del del quiero y no debo. Pero se quedó quieta, sin poder decir que no.
Él insistió:
- Anda, dame ese último beso, recuerda que, al fin y al cabo, esto que ahora estamos viviendo no es nada más que un sueño...Ella cerró los ojos y asintió
- Está bien, pero te aseguro que va a ser el último.
- Dame este beso, anda. No te voy a decir qué más va a pasar, pero ten la certeza de que yo nunca más volveré a tener un beso tuyo.Volvió a hacerse un silencio a penas roto por otra canción de la radio. Él puso su mano en la suave mejilla de ella que estaba algo caliente y sofocada. Se miraron a los ojos, que brillaban a la luz amarillenta de las farolas. Después pasó la mano por la nuca de ella, acariciando su melena, se acercaron lentamente y fundieron en uno sus labios. Sus ojos se cerraron mientras se apretaban con fuerza sus bocas. Él paladeaba la suavidad y blandura de sus labios similar a la de los pétalos aterciopelados de las rosas de mayo. En su tiempo había glosado esos besos de rosa. Y degustaba parsimoniosamente la tersura de su lengua inquieta y traviesa que jugaba entre sus encías. El abrazo se hizo muy estrecho y se escapaban pequeños suspiros nasales mientas sus lenguas entablaban un juego de persecuciones y mutuas caricias.
Fue un beso largo, muy largo. Intenso. Para ellos, casi eterno. Otra vez conceptos como espacio y tiempo volvieron a evaporarse y quedar difuminados. Cuando se separaron sus bocas, aún quedaron unidas unos instantes por un hilillo de saliva que se tendía a modo de puente entre sus labios. Con esa luz amarillenta, parecía un cordón de oro. Se dieron otro beso breve que sonó suavemente en el silencio. Quedaron un rato abrazados. Se dieron cuenta de que lloraban. Él acarició levemente su mejilla.
- Te amo. – le dijo entre sollozos – Desde antes y desde después. Desde siempre. Y por siempre.Ella no pudo decir nada. Le caían las lágrimas.
Aún volvieron a rozarse sus labios en otro breve beso. Él abrió la puerta del coche. Aún retuvo su mano y la besó. A penas un susurro más:
- Te quiero.Ella lo escuchó con los ojos cerrados. Pero no le contestó. Esa fue su despedida. Quedó en la acera viendo partir su coche y alejarse sus luces rojas. Por un momento, tuvo la ilusión de ver sus ojos mirándole desde el espejo retrovisor. No se equivocaba: ella lanzó una última mirada mientras se alejaba flotando en su nube rosa, con lágrimas en el dorso de su nariz y sus mejillas.
Para él sería la última vez que la vería.