Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

Ocurrencias Delirantes

17 de marzo de 2012

AL TROTE VIII

Al trote. Zancada a zancada, resoplando rítmicamente por la boca como una locomotora de vapor. Un, dos, tres, cuatro, un, dos, tres, cuatro. En sentido antihorario, siempre en sentido antihorario. 


Ya faltaba poco para llegar a su destino. Aquel lugar y aquel momento. Volvía a ser primavera por tercera vez y el viejo peral se hallaba cuajado de flores blancas y rosadas. Los días cobraban esa luz primaveral de color blanco lechoso. Su corazón empezaba a alegrarse a medida que se iban repitiendo las condiciones climatológicas de aquel escenario en el que mejor se había sentido nunca. El aire olía a humedad y a flores y volvían los días de lluvia mansa y los violentos chaparrones de Semana Santa. Se había acostumbrado y no le causaba ya ninguna sorpresa ver subir el agua del suelo hacia las nubes debido a que el tiempo seguía corriendo hacia atrás.


Las veces que se vio a sí mismo paseando por la Muralla hizo reavivar sus mejores recuerdos. Fue aquel un tiempo vivido de modo tan intenso que podía recordar con plena nitidez hasta los detalles más nimios. La música que iba escuchando, lo que decía por su teléfono en aquel momento, la canción que cantaban sus labios aquella mañana. Sí, ya estaba próximo a llegar. Había dejado de correr, caminaba despacio, sin detenerse, para degustar lentamente la reviviscencia de aquellos meses sublimes de inquietud, ilusión y plenitud. Recordaba cada uno de sus escritos de entonces, cuando el verso acudía a su boca sin necesidad de buscarlo. 


  Le dio un vuelco el corazón cuando la sorprendió una  noche escribiéndole aquel mensaje. Aquellas pocas palabras que una mañana de marzo le inundaron de dicha e ilusión al verlas en la pantalla de su teléfono. Tan solo siete palabras que lo decían todo...


Unas pocas vueltas más adelante –unos pocos días más atrás– pudo verse bajo la lluvia aquella tarde que se estaba despidiendo de ella: él caminaba por el adarve, agitando su mano derecha con el brazo levantado; ella le lanzaba un beso con la mano mientras caminaba por la acera de la Ronda. Entonces caía una lluvia mansa. Su corazón le brincó otra vez en el pecho. Sólo faltaban siete vueltas, que dio con gran parsimonia. 


Y por fin se encontraba en aquella sublime noche de febrero. Aún era pronto cuando llegó al viejo peral. Se detuvo y se quitó el talismán. Comenzó a mojarle una tenue lluvia. El árbol estaba desnudo y sus ramas goteaban ligeramente. La luz amarilla de las farolas iluminaba todos los rincones. Ya faltaba poco para verles llegar de regreso. No quitaba ojo del coche en el que ella había llegado pocas horas antes y se había apeado con su gabardina oscura de la mano. El letrero luminoso de una farmacia marcaba las tres de la mañana. Sabía perfectamente dónde se encontraban en ese momento.


Tras una breve espera les vio llegar por fin al aparcamiento y acercarse al coche. Se vió a sí mismo hablándola muy bajo, casi al oído. Era capaz de repetir palabra por palabra lo que iba diciendo en aquel momento. Ella abrió el coche haciendo lucir los intermitentes. Él abrió sus brazos y la recibió con ternura. Se abrazaron intensamente. Y mientras, tiempo transcurría completamente al margen de aquella pareja estrechamente unida bajo la tenue lluvia. Les vio separarse  un instante. Entonces, él la dio un leve beso en los labios y la susurró unas palabras al oído. Volvieron a abrazarse otro largo instante. Por dos veces más se volvieron a besar tímidamente en los labios para retornar al abrazo. Desde la Muralla podía verla ella estremecerse y como besaba repetidamente su cuello. Casi la oía llorar en silencio... Después de soltarse del abrazo, vio como la cogía sus manos mientras sus rostros reflejaban una mezcla de dolor y pasión. Y entonces fue cuando se dieron un intenso beso. Desde el adarve, el corredor revivía los matices y la intensidad de aquel beso. Detalles como la textura de sus labios, blandos y mullidos, la decisión de su lengua cuando entró en su boca, el estremecimiento de sus cuerpos, el deseo que estallaba en aquellos suspiros. Se quedó tan prendado presenciando la escena que llegó a sentir celos de sí mismo a la vez que le invadía un inmenso sentimiento de ternura. La amaba tanto... 


Tenía que darse prisa. Pronto subirían al coche y saldrían del aparcamiento. Bajó las escaleras, salió por la Puerta de la Estación, cruzó la Ronda y se detuvo junto al semáforo a esperarla. No tardaría en aparecer. Enseguida reconoció su coche. Ya estaba sola. El semáforo se había puesto en rojo. 


A penas ella se hubo detenido, él le abrió la puerta derecha del coche y la miró con gesto interrogativo. 
- ¿Puedo pasar?
Tras el sobresalto inicial, su rostro denotaba sorpresa y confusión.
- ¡Pero tu...!
- Déjame subir un momento, por favor, necesito hablarte.
Un tanto perpleja, asintió ligeramente. Él se acomodó en el asiento derecho. Se hizo un silencio expectante. El semáforo se puso verde. 
- Para un momento el coche, por favor. Necesito hablar un momento contigo.
 No fue difícil encontrar un hueco donde aparcar a esas horas de la madrugada. Al fin ella detuvo el motor y se quedó mirándole muy extrañada. Ahora se daba cuenta de que su aspecto era muy diferente. Incluso le pareció bastante más viejo. Le costaba reconocerle. No era, en absoluto, aquel al que acababa de besar minutos antes y que había visto bajar de su coche en pos del resto del grupo con el que habían salido de copas.


Por fin, ella rompió el silencio.
- Mira, te veo tan raro, que… no sé que pensar. No lo puedo evitar... es que parece que estoy ante una persona distinta.
- Así es. Estás ante una persona diferente, pero no te asustes, por favor. Sólo soy una parte más del sueño.

- ¿Cómo? – preguntó sorprendida con su cantarín acento gallego


-Si no me equivoco, hace un momento que acabas de decir que esto no ha sido más que un sueño, un hermoso sueño que debemos olvidar, ¿verdad?
- Pues… no sé… Sí, creo que he dicho algo así... La verdad es que… en fin, oye, que aún estoy temblando como un flan… y aturdida como si estuviera flotando sobre una nube rosa. Pero sí, oye, de verdad, es mejor que esto quede en un sueño. Muy hermoso, sí. Maravilloso. Pero no puede ser nada más que un sueño...
- De acuerdo. Sigue… o sigamos soñando un rato más y deja que te cuente una historia… Nuestra historia.
- ¡Ay, mira...! ¡Es que no sé si podré escucharla...! La verdad... estoy tan confusa... Y tampoco me puedo quedar mucho más, se me está haciendo muy tarde …
- Un momento nada más, anda, por favor... ¿Quieres conocer algo del futuro?, ¿quieres saber qué va a ser de nosotros a partir de hoy?.
- ¡Ay, por Dios!, ¡Es que no entiendo nada! – dijo otra vez con su voz aún más cantarina– Además te veo tan extraño... Que hasta me das miedo, fíjate...
- Tienes razón. Ya te lo he dicho: no soy el mismo que acabas de dejar hace un momento. Insisto, sólo es un sueño. No tengas miedo. Déjame que te cuente, ¿vale?.
- Solo puedo quedarme un poco, de verdad... Bueno, anda... dime...
El tomó aire profundamente. No sabía muy bien por donde empezar. Los destellos naranjas del semáforo contribuían a aumentar la sensación de irrealidad de aquel encuentro. 

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