El encuentro ocurrió una mañana de noviembre en la que una espesa y lechosa niebla procedente del Miño parecía engullir la anciana ciudad.
Se había despertado muy desazonado, plenamente desolado y con un vacío en el vientre que amenazaba con devorarlo. Empezó a echar cuentas. Su sospecha se vio confirmada ante el ordenador, muy eficaz en las operaciones de tiempo. Habían transcurrido mil días. Mil días desde aquel abrazo. Desde aquel vuelo nupcial aferrado a su Ángel de Luz. Mil días desde que aquel hermoso sueño había quedado condenado al olvido. Mil días de infierno y paraíso. Mil días teñidos de dulce esperanza y feroz desasosiego. Mil días de plenitud y dolor.
Se había despertado muy desazonado, plenamente desolado y con un vacío en el vientre que amenazaba con devorarlo. Empezó a echar cuentas. Su sospecha se vio confirmada ante el ordenador, muy eficaz en las operaciones de tiempo. Habían transcurrido mil días. Mil días desde aquel abrazo. Desde aquel vuelo nupcial aferrado a su Ángel de Luz. Mil días desde que aquel hermoso sueño había quedado condenado al olvido. Mil días de infierno y paraíso. Mil días teñidos de dulce esperanza y feroz desasosiego. Mil días de plenitud y dolor.
Si la nostalgia que lo invadía lo hacía plegarse como una hoja seca y le clavaba al sillón, la angustia se acabó imponiendo, espoleándole a levantarse, coger el chándal y las zapatillas y salir a la Muralla a correr antes de desayunar.
Ya en el adarve, la carrera no iba bien. No acababa de encontrar el ritmo adecuado. Quizá la amargura que tanto pesaba en su ánimo estaba haciendo que correr le resultara mucho más penoso de lo habitual. Enseguida notó que le faltaba aliento y al poco empezó a dolerle el estómago y le vinieron unas desagradables náuseas.
Ya en el adarve, la carrera no iba bien. No acababa de encontrar el ritmo adecuado. Quizá la amargura que tanto pesaba en su ánimo estaba haciendo que correr le resultara mucho más penoso de lo habitual. Enseguida notó que le faltaba aliento y al poco empezó a dolerle el estómago y le vinieron unas desagradables náuseas.
No podía seguir adelante; se detuvo a coger aire apoyando sus manos contra el zócalo que jalona el adarve. Mientras sentía como penetraba la niebla fría en su pecho, vio cómo se le acercaba aquella conocida, quien, por cierto, seguía caminando en sentido antihorario. Aquel día su aspecto era más extraño y su mirada le pareció muy inquietante. Era una mirada penetrante y de un color azul eléctrico que recordaba a la de los perros husky de ojos grises. Una mirada que se clavaba en lo más profundo de sus ojos y lo anclaba al suelo. Como si ella pudiera desnudarle y ver hasta sus pensamientos más ocultos. La extraña mujer extendió su brazo y le tocó en el hombro con sus largas uñas, provocándole una sensación de escalofrío e irrealidad.
- Te dije que los que paseamos la Muralla de toda la vida lo hacemos en esta dirección que llevo yo. Tú vas al revés
- Ya... ya me lo dijiste hace tiempo. Pero, bueno, supongo que da igual una dirección que otra ¿no? - le respondió jadeante.
- No, en absoluto. De hecho es completamente distinto.
- Hombre, al fin y al cabo, se anda lo mismo, quizá las cuestas sean más suaves como lo llevo yo pero entiendo qué tiene que ver…
- Tiene que ver mucho. ¿Quieres saberlo?. – Le dijo taladrándole con sus ojos.
- Bueno, pues vale, sí… anda, dímelo. – Contestó titubeando.
- Has de saber que es un secreto oscuro y profundo que sólo yo conozco y que no puedo revelarte así como así.
Su mirada se volvió aún más inquietante y seguía sintiendo su cuerpo sacudido por violentos escalofríos a la vez que se quedaba perplejo y mudo. No. Desde luego, aquella conversación resultaba ya completamente absurda y no acababa de entender qué estaba haciendo en aquella disparatada situación.
- Bueno, ¿qué?, ¿quieres conocer o no el secreto de la Muralla de Lugo?.
- Pues no sé… Oye, no sé lo que te pasa hoy; te veo tan diferente… En fin, no conocía esta faceta tuya de cicerone de monumentos – Dijo buscando aliviar la tensión e incomodidad que embargaba la conversación.
- ¡Déjate de rodeos!. Dime de una vez si quieres o no quieres saber. No estoy dispuesta a perder el tiempo. Contesta sí o no.
La brusquedad de su respuesta lo dejó sin palabras. Además de miedo sentía también una gran curiosidad, ¿cuál sería ese secreto que encerraba la Muralla ?. ¿Por qué le empezaba a resultar todo tan siniestro?.
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- ¿Por qué crees qué iba yo a querer conocer ese secreto? – Preguntó con voz temblorosa
- Pues, por ejemplo, porque te serviría para descontar esos días que tanto te pesan hoy, ¿no te das cuenta que es eso lo que no te deja correr a gusto?. – Le dijo acercándole la boca al oído al tiempo que empezaba a bajar el volumen de voz para susurrarle con vehemencia – ¿Te imaginas..? Volver a encontrarla, volver a tenerla en tus brazos... volver a besarla...
Había dado en el blanco. Volver a verla, volver a tenerla, volver a besarla... Cuantas veces lo había deseado, cuántas veces había soñado tenerla otra vez entre sus brazos… a pesar de tanto tiempo, mil días, aún paladeaba retazos del sabor de aquellos besos, de la textura de sus labios, del hechizo de su perfume...
- Está bien, vale, cuéntamelo, por favor.– Dijo casi en un suspiro.
- No es ningún favor, es un negocio. Ya te lo imaginas: a cambio de ello deberás entregarme tu alma.
- ¿Mi alma? – preguntó algo sorprendido.
- Déjate de tonterías; lo has entendido perfectamente, y eres suficientemente listo para darte cuenta de lo que está aquí en juego, de quién soy yo y de lo que quiero de ti. A cambio de tu alma, de tu miserable alma, te ofrezco un secreto que remediará lo que tanto te aflige y realizar tu mayor deseo.
- ¿Cómo podré hacerlo? – dijo juntando todo el valor que podía.
- Moviéndote en el tiempo. Así podrías volver a aquel instante que tanto añoras... O a otro si así lo quieres. Mira esto.
La extraña mujer abrió su bolso y sacó una carpeta transparente con unos folios que fue mostrándole de uno en uno.
- ¿Lo reconoces?
Eran unos poemas que había escrito meses atrás. No tenía sentido preguntar cómo habían caído en poder de la extraña mujer. Es evidente que los servicios de información y documentación de las fuerzas oscuras funcionan con absoluta perfección.
- Sí, es mío. – Reconoció algo avergonzado – Lo escribí hace algún tiempo.
- Ya lo sé. No estoy dispuesta ahora a leer ahora todo este tostón: son unos versos muy mediocres y, por cierto, harías mejor en dedicarte a otra cosa que a escribir semejante basura. Haz un favor a la literatura y déjala para quienes saben hacerla.
Su primera crítica literaria. Una crítica que podía considerarse perfectamente autorizada viniendo de quien venía. Y, a buen seguro, sería la última ya que, si no había otra finalidad en sus palabras, era para tomársela muy en serio. De hecho, a partir de aquel día decidió que nunca más volvería a escribir una sola línea. Ni en verso, ni en prosa.
La extraña mujer prosiguió:
- Me vas a permitir que entresaque estas dos estrofas, escritas por ti hace algunas semanas, ¿preparado?
- Preparado
- Te leo la primera
Amargo y desesperado,
Pongo mi mísera alma en venta
A todos los diablos o al tedio
¡Arda maldita en todos los infiernos!
Asintió levemente con la cabeza.
- ¿Te suena?
- Un poco
- Vamos con la segunda. Es, digamos… un poema, por llamarlo de alguna manera:
Diosa de mi alma,
Hoy me vendería
A cambio de quitarle
Veinte mil horas azules
A nuestro reloj de pulsera
Y revivir otros cien días
De versos y golondrinas
De besos frescos
Y palabras clandestinas
Puestas en tus manos.
Como rosas de mayo
Si, mi Diosa:
Vendería mi alma
Vendería mi alma
Hoy mismo, sin dudarlo
A cambio de uno solo de tus besos
Y todas las golondrinas del cielo.
Sí, mi Diosa:
Vendería ahora mi alma
Vendería ahora mi alma
Porque, ya, sin ti, para nada
La quiero.
Se limitó a asentir de nuevo. Reconocía cada palabra, cada verso. Quedó un momento en silencio reflexionando. Levantó los ojos a la extraña mujer y ésta le dijo:
- Bueno, pues aquí estoy yo para eso
- Bueno, pues aquí estoy yo para eso
- Ahora necesitaría retrasar unas cuantas horas más.
- Las que tu quieras. Ya verás que con lo que tengo que ofrecerte no va a haber ningún problema. ¿Empezamos a negociar?.
¿Por qué no? Vender el alma... Perdida ya toda esperanza y condenado a
verla cada día, obligado a guardar silencio y limitarse sólo a comentarios
superficiales, mientras aquel hermoso sentimiento se iba oscureciendo y
corrompiendo como el agua estancada. Consciente de que nunca más podría
volver a amarla, ¿para qué le servía el alma?. Ni siquiera estaba seguro de
conservarla; lo más probable es que hubiera perdido su alma por el camino.
- Las que tu quieras. Ya verás que con lo que tengo que ofrecerte no va a haber ningún problema. ¿Empezamos a negociar?.
¿Por qué no? Vender el alma... Perdida ya toda esperanza y condenado a
verla cada día, obligado a guardar silencio y limitarse sólo a comentarios
superficiales, mientras aquel hermoso sentimiento se iba oscureciendo y
corrompiendo como el agua estancada. Consciente de que nunca más podría
volver a amarla, ¿para qué le servía el alma?. Ni siquiera estaba seguro de
conservarla; lo más probable es que hubiera perdido su alma por el camino.
- Negociemos, pues.
- Una cosa más antes de nada. A modo de preámbulo. Para que nos entendamos bien… una simple cuestión de forma.
- Dime
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhvjrD8J3m7_Drn8NZ5VyHp9sGRaaa66OLg_6GzEmyTtnUG4Szv5VpxIlHQbAwb9f40aVi01He6ptW86esf-3pkf7IkMTfyYOhc3T4iA6gFWoIJN48xeqH1sGWP1OTuwekqBduIWpBiWZA/s320/contrato.jpg)
- Conforme. – No quiso entrar en polémicas sobre propiedades intelectuales y derechos de autor – Cuando tú quieras empezamos.
Así, completamente seguro de que nada tenía que perder, las negociaciones resultaron sencillas, el acuerdo fue fácil y cada parte quedó plenamente satisfecha, terminando por estampar sus firmas en un sencillo contrato de compraventa.
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