Ya han transcurrido setenta y dos los años desde la muerte del poeta. Quizá pueda parecer mucho tiempo y que la vida, desde entonces, ha cambiado mucho. O quizá nos pueda parecer que las cosas no han cambiado tanto. Vemos una preocupante polarización de la sociedad, caldo de cultivo óptimo para la emergencia de instintos cainitas. Por otra parte, y a pesar de los esfuerzos estatales, el grado de incultura parece cada vez más preocupante, como sucedía en la época que le tocó vivir al poeta y de la que tanto se dolía en sus versos.
Atrás quedaban tiempos más felices, sobre todo desde septiembre de 1932, cuando Antonio fue nombrado catedrático de francés en el Instituto Calderón de la Barca de Madrid. Dejaba atrás trece años de residencia en Segovia y ahora podía estar más cerca de su amada Guiomar. Su obra era reconocida y era objeto de varios homenajes. Pero el estallido de la guerra truncaría esta bonanza. El 24 de noviembre de 1936 ha de trasladarse a Valencia por la orden del gobierno republicano de evacuación de intelectuales. Para el poeta fue muy penosa la separación de Guiomar a la que nunca más volvería a ver. Ella había partido hacia Estoril junto a su familia. Aquel aciago año se cerró con la triste noticia de la muerte de don Miguel de Unamuno. Más tarde, en marzo de 1938, ante el avance de las tropas nacionales, el poeta y su familia hubieron de trasladarse a Barcelona, donde permanecerán durante un año escaso hasta su marcha definitiva.
Al dolor de exilio, la incertidumbre, el miedo y la ruina, se sumó el enorme disgusto de ver a su hermano Manuel, amigo y compañero de correrías literarias, al lado de los nacionales. Fue un viaje largo y penoso. Durante seis días tuvieron que afrontar larguísimas esperas dentro de vagones y estaciones bajo un frío helador. Cruzaron la frontera bajo una lluvia inclemente. Todo esto, dejó una marcada huella en el rostro del poeta, al que vemos en una de sus últimas fotos tomada en la frontera y también supondría un duro ataque a su precaria salud.
En el mes de febrero, Antonio cae enfermo, y su estado se agrava a partir del día 18, posiblemente por una neumonía que terminaría con su vida el día 22. Tres días más tarde moriría doña Ana, su madre. Ambos fueron enterrados en un nicho generosamente prestado por una amiga de la señora Quintana. Más adelante, en 1957, sus restos serían trasladados a un panteón propio en ese mismo cementerio. Los cuatro versos antes aludidos, son los que componen su epitafio.
A través de estas líneas vamos a rvivir los últimos días del poeta, cuya biografía es la de un hombre bueno al que la suerte no le fue muy propicia en la vida. Quedan pendientes para otra ocasión otros aspectos biográficos del poeta, como su vida amorosa así como otros milagros atribuibles a este santo laico.
Barcelona, 22 de enero de 1939; las tropas nacionales al mando del general Yagüe habían tomado Tarragona y en tan sólo unos días estarían en la capital catalana. El miedo a las represalias de los vencedores llevó a unas cuatrocientas mil personas a huir hacia Portbou, rumbo al exilio. Así lo hicieron Antonio Machado, su madre doña Ana Ruiz, su hermano José y su cuñada Matea, dentro de un grupo de intelectuales españoles. Para Antonio y doña Ana, éste sería el último viaje.
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Al fin, llegaron a Collioure, un pintoresco pueblo costero del Rosellón francés. Era el día 28 de enero de 1939. Se alojaron en Hotel Bougnol-Quintana, donde recibieron el calor, el afecto y los cuidados de la propia Madame Quintana, dueña del hotel, y de otros lugareños como Monsieur Valls, quien prestó al poeta algunos libros que le acompañaron en sus últimos días, ya que habían perdido el equipaje. Como si una broma del destino se tratara, aquellos versos escritos hacía más de viente tomaron un valor premonitorio:
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
A pesar de que el poeta tenía tan solo sesenta y cuatro años, su salud no era nada buena. Ya se había encontrado enfermo en Valencia. Y fumaba demasiado. En el instituto le habían puesto el apodo de La Cenicienta porque siempre llevaba sus trajes manchados de ceniza. El poeta siempre fue algo desaliñado en el vestir; él mismo lo había reconocido en su poema:
Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido
-ya conocéis mi torpe aliño indumentario
mas recibí la flecha que me asignó Cupido
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario
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Hay muchos más detalles recogidos por Jaques Issorel en el libro COLLIOURE 1939. LES DERNIÈRS JOURS D'ANTONIO MACHADO. Así mismo el lector interesado encontrará una información exhaustiva en la esta dirección:
A pesar de tantas penalidades y tanto sufrimiento, aquel hombre bueno que era no dejaba entrever ni una gota de rencor, rabia o amargura. Agradecía los cigarrillos que le proporcionaba su vecina Juliette en Collioure, los cuidados que le prodigaba su familia y su casera en los momentos de lucidez que le permitía su enfermedad. Y también con la vida: en los bolsillos de su viejo gabán se encontró un trozo del papel con un solo verso, quizá el inicio de un último poema, un esbozo, o una idea de esas que hay que atrapar al vuelo antes de esfumen. El verso decía:
"Estos días azules y este sol de la infancia".
Tal vez una añoranza. Tal vez algo por lo que considerar que la vida había valido la pena. Esas cosas que hacen a un hombre inmortal.
Veintidós de febrero. Setenta y dos años sin Antonio Machado. Demasiados años de ausencia. Sin embargo, creo que estos poetas son inmortales y siguen viviendo de algún modo entre nosotros y hasta son capaces de manifestarse. Os voy a revelar un secreto: estoy convencido de que el poeta vive ahora en Lugo, concretamente, en un viejo peral que hay al lado de la Muralla romana. Mi amigo, el psiquiatra, me dice que, "seguramente se trata de una ocurrencia delirante más de las tuyas". Algún día lo contaré con más detalle, ahora sólo dejaré un apunte: este peral es capaz de dar flores en octubre y mantenerlas hasta más allá de enero. Otro día os contaré la historia.
Eternamente, contaremos con su obra: la obra de un hombre bueno. En definitiva, un santo laico, un santo por lo civil.
Eternamente, contaremos con su obra: la obra de un hombre bueno. En definitiva, un santo laico, un santo por lo civil.
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