Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

Ocurrencias Delirantes

18 de febrero de 2011

¡Ay, señorito, pero qué cosas tiene usted!

Hay cosas que sublevan la moral hasta de un ser bidimensional, como puede ser el autor de este blog, por eso lo que ahora se va a tratar queda lejos del amor, de la locura y de la poesía, aunque no tanto de los cuentos, en este caso en su peor acepción. Sea por una vez y sin que sirva de precedente. Así que vamos a dirigir esta modesta arenga al ilustradísimo, aunque por lo que veo amnésico, señorito don Esteban González Pons, quien nos sorprendía hace unos días con estas sorprendentes consignas revolucionarias:

"Lo que ha ocurrido en Egipto demuestra que el pueblo, cuando quiere, puede".

"En España el pueblo quiere un cambio porque está harto de un Gobierno que ha hecho reformas contra la crisis económica y el paro que no conducen a ningún sitio".

"Desde Egipto nos han recordado que nos queda mucho para que nuestra democracia sea de verdad".

¡Ay, señorito, qué cosas tiene usted!, Pero ¿no se acuerda usted de cuánto se les atragantó la última sublevación del pueblo español?. Si todavía lo están rumiando algunos de sus medios afines, aquellos que a punto estuvieron de ahogarnos entre patrañas para convencernos de que el pueblo había sido engañado y manipulado por una turbia conspiración orquestada desde la izquierda más radical.
¡Ay, señorito!, pero ¿no se acuerda?. Deje que le refresque la memoria:

Hace por ahora siete años, las calles de España eran un clamor en contra de aquellas iniciativas bélicas que había decidido emprender nuestro señor presidente, henchido de ardor guerrero y una absoluta convicción de la existencia de ciertas armas de destrucción masiva, conduciendo a nuestro país a través de sendas gloriosas propias del vigía de occidente. Evidentemente, aquel clamor popular contrario a semejantes heroicidades fue descalificado, con la inestimable ayuda de un jefe de informativos de RTVE, cuyo nombre me niego a recordar, argumentando que unos cuantos manifestantes gritando en la calle no suponían la voluntad mayoritaria de un pueblo.

Días más tarde, el viernes 12 de marzo, el pueblo español salía mayoritariamente a la calle, en silencio y  con una actitud mucho más cívica que la que mostraron sus dirigentes, a repudiar con todas sus fuerzas la masacre que había sucedido el día anterior en Madrid.

El sábado 13 de marzo, una ingente muchedumbre se concentró en la calle Génova, ante la sede del partido al que usted pertenece exigiendo que “Antes de votar, queremos la verdad”. Y ¿recuerda usted del motivo?. Yo sí: en aquellos días habían estado tomando al pueblo español poco más o menos que por imbécil e inmaduro, intentándole colocar una mentira, y de las gordas. Sí, señorito, una mentira, a pesar de los desmesurados esfuerzos realizados por sus militantes y por esos medios afines al partido de usted y a la santa, católica, apostólica y romana iglesia ibérica para intentar convencer a este pueblo - por lo visto, carente de criterio - de la veracidad de aquella mentira, sin escatimar argumentos de oscuras tramas, conspiraciones, falseamientos, investigaciones insuficientes y otras patrañas que aún intentan imbuir en la conciencia de los españoles. 

Una mentira conveniente, en aquel momento, para sus intereses electorales. Una mentira cobarde respaldada por aquella actitud chulesca y desafiante de su entonces presidente, cuyo nombre me tengo prohibido mencionar de por vida, que no tuvo los suficientes atributos de hombría para asumir sus errores y pedir perdón al pueblo que lo había elegido. Una mentira pertinaz por la estúpida actitud que muestran sus correligionarios de sostenerla y no enmendarla.

Me vine a la memoria aquella tarde de sábado, en plena jornada de reflexión, en que creí volver a vivir aquellos oscuros tiempos del transistor en Radio París o en la BBC para poderse enterar de lo que acaecía en nuestro país. Sí, señorito, aquella tarde necesité recurrir a la televisión británica por antena parabólica, para poderme informar de lo sucedía en mi país, ya que aquel oscuro jefe de informativos de RTVE consideraba más oportuno mostrar el  historial delictivo de la ETA que mostrar la actualidad más palpitante, porque ello contravenía a los intereses del partido.

Por fin, el domingo, 14 de marzo, el pueblo español quiso y pudo. Ya lo creo que quiso y menos mal que pudo, porque hubo quien temió que se propiciara hasta un autogolpe de estado. Y el pueblo se sublevó del modo más cívico y democrático posible. A través de las urnas el pueblo español desbancó de una patada en el trasero – recibida por su actual jefe de filas, aunque no iba dirigida a él – a un presidente embustero, vendido a  intereses ajenos, narcisista y estúpido que a punto había estado de llevarnos al desastre seducido por el hombre más poderoso de la tierra que le había permitido poner los pies en la mesa de su rancho de Texas. Para muchos de nosotros aquello resultó una verdadera catarsis. Como sacar la basura maloliente a la calle. 

A buen seguro, a ustedes, que llevaban todas las encuestas a favor, esa sublevación popular no les debió hacer ninguna gracia. Aducirá usted que llevamos al poder a una panda de ineptos. No se lo discuto. Puede que tenga razón. Pero en aquel momento, la sensación de liberación vivida es comparable a la que ahora sienten en Túnez o en Egipto. O, si me perdona la escatología, similar a la que alcanza un estreñido veterano tras una purga vigorosa.

Entonces España sí que quiso un verdadero cambio. Y así lo hizo saber en las calles y en las urnas. Y lo dijo el pueblo, señorito, el pueblo, no sus intérpretes o sus representantes o sus presuntos portavoces como pretende eregirse usted con toda su arrogancia y modales jesuíticos.

No entiendo bien el último párrafo. No me diga que pretende usted de decir que duda que nuestra democracia sea de verdad. En fin, quizá yo tenga que admitir que  también tengo mis dudas, sobre todo al ver y oír a esos nuevos medios de comunicación que, proliferan por doquier cual colonias bacterianas patógenas. Puedo comprender, señorito, que el pueblo español le parezca  maleable, dócil y estúpido, sobre todo si se fija en esas ovejitas que marchan tras obispos manifestantes o cuando puede leer y escuchar las opiniones que vierten esos fieles oyentes de gurús mesiánicos que afirman traer la salvación a la patria. 


Pero no debe olvidar, señorito, sobre todo por si algún día el pueblo español decide el cambio  y usted fuese llamado a ocupar algún puesto de responsabilidad – dios nos coja confesados –, no debe olvidar - digo -  que, efectivamente, el pueblo español cuando quiere, puede. Cuando se siente engañando, manipulado y traicionado es capaz de armarse de justa cólera y reunir fuerzas para echar de una democrática patada en el trasero a sinvergüenzas, embusteros y traidores. Ha pasado una vez y sienta precedente. Aunque crean ustedes que contando con el apoyo de los medios de comunicación y repitiendo mil veces una mentira, se llega a hacer una verdad. 
Coma rabos de pasa, señorito, para no perder la memoria, que le veo que flaquea. Y antes de hablar, tenga en cuenta  la historia, porque dicen que aquel que olvida su historia está condenado a repetirla.

1 comentario:

  1. Este es el Green-Walker que más me gusta, sí señor. Ya sé que tú andas más "entimismado" con lo del amor y tal y tal, pero te aseguro que es bueno que se publiquen estas cosas contra la corte de falangistas de nuevo cuño. Contigo.

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