Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

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Ocurrencias Delirantes

10 de febrero de 2012

OCURRENCIA DELIRANTE XX

            Los días se suceden en una estéril suma de tiempo, ante mi profunda indiferencia. Los ratos en que no escribo suelo estar postrado boca abajo en la cama. Se me han quitado las ganas de protestar, espero que no sea un signo de decrepitud o decadencia. Simplemente estoy apagado, desganado. Mi humor se halla entre abatido y amargo A penas toco la comida que me traen en una mesita. Han dejado de llevarme al comedor con los demás pacientes. Han debido de darse cuenta sobrada de que soy completamente inofensivo. O alguna perversa orden del doctor Fouce, de quien empiezo ya a dudar de su ecuanimidad y su bondad, más allá de su sonrisa y buenas maneras.

            Así me encontraron cuando entraron la enfermera y un robusto cuidador portando un pijama limpio y un batín azul marino.

-         Señor Walker, ha terminado la medida de aislamiento; póngase esta ropa y venga con nosotros a la sala de estar del su pabellón.

            A penas les miré. La verdad es que no tenía ninguna gana de nada y me era completamente indiferente salir que seguir eternamente confinado y aislado. Ya me había acostumbrado a estar solo. No dije nada. Me revestí con el pijama y el batín y les acompañé hasta el que había sido mi pabellón.

            Comencé a caminar por el pasillo sumido en una penumbra matutina gris. La gente no me saludaba y entraba rápidamente a la sala de estar. Excepto Alicia, que seguía su loco deambular de un sitio a otro. Al acercarme a la sala de estar oí decir a Germán

-         ¡Ya viene, ya viene!

            Y, a penas entre en la sala, comenzó a sonar una orquesta vocal interpretando los primeros compases del pasodoble “El Gato Montés”, con acompañamiento de palmas y zapatazos en el suelo. Otros dos internos se situaron por detrás de mí y me izaron a hombros como si saliera por la puerta grande de una plaza de toros. Paró la música y empezaron a corear jubilosos

-         ¡Torero, torero!
-         ¡Tres hurras por el valeroso semental! Hip, hip ¡Hura!

            No sé como había llegado a sus oídos toda una leyenda sobre el capítulo de mis protestas. Parece que desde la Edad de Piedra, se siguen venerando esos símbolos de virilidad. Me hacían sentir como un menhir viviente.

-         ¡Bravo, Walker, con dos cojones, cagüendios! – decía un Germán enfervorizado
-         ¿Es verdad que te la llegaste a pelar veinte veces al día, tío? – me preguntaba otro paciente.

            No les aclaré ninguna de las dudas, dejando así que la fantasía de cada cual obrase libremente. Alguien me dijo hace tiempo que era positivo dejar circular leyendas a cerca de uno, que eso crea personaje y le hace salir de la marea indiferente de la gente corriente.

            Agradecí cortésmente la bienvenida y me postré en el sillón, delante de la televisión a vivenciar mi agrio sentimiento de soledad.

            La sala se hallaba un poco revuelta. Se hablaba mucho sobre la justicia en tonos muy derrotistas. Pensé que se había sabido algo del señor Martiniano, pero no era el caso. Germán me puso muy gustoso al día.

            Parece ser que desde hace unos días, estaba en primera línea informativa una fuerte polémica en torno a la vida judicial debido a determinadas sentencias o fallos que habían impactado intensamente en la opinión pública. En concreto, la puesta en libertad por falta de pruebas de unos sospechosos de un crimen del que se había hablado mucho tiempo atrás; por otra parte, también se habían absuelto a unos políticos altamente sospechosos de corrupción. Las noticias hablaban también de cierta jueza con problemas de alcoholismo y otros desequilibrios que andaba por ahí desenterrando un dolorosísimo caso ya cerrado, bien jaleada por un diario amante de auspiciar ciertas teorías conspiratorias en base a sabe Dios que turbios intereses. Y para colmo, un popular juez de intachable trayectoria en pro de la justicia estaba siendo juzgado por desempeñar su labor y acababa de ser condenado por emplear métodos dudosamente legales en la persecución de un delito de corrupción. Para paliar la indignación popular, una baronesa de cierto partido político se mostraba eufórica ante lo ella consideraba “el triunfo del estado de derecho”.
 
-         Señoras y señores – decía un Germán muy activo subido a una silla con aire de speaker británico – si a esto lo llaman justicia, a partir de ahora, cada vez que se vaya al excusado a sentarse en el trono, podemos decir igualmente que se está haciendo justicia.

            El juego caló rápidamente entre el público de la sala de estar.

-       Pues yo hoy he hecho justicia dura.
-       Yo he hecho justicia blanda.
-       Yo hace días que no hago justicia
-       Pues pide a la enfermera que te haga una demanda
-         Pues yo me hago justicia en la puta de oros…
-         Y yo me hago justicia en el copón divino.
-         Y yo, me hago justicia en Dios.
-         ¡Hala, animal! A ver si te va a caer encima todo el peso de la justicia…
 
            Hay cosas que no tienen remedio. Este es un país amante de la justicia, en el que hace un sol de justicia, lleno de gente justiciera. Y todos esperamos la justicia divina, o, en su defecto, a un Vengador Justiciero

            Una cierta inquietud me sacude. Creo que es hora de que yo también me vaya a hacer justicia.

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