Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

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Ocurrencias Delirantes

10 de marzo de 2011

OCURRENCIA DELIRANTE II

Esta noche ha vuelto a resultar fácil, además, por lo que pude oír, la partida estaba muy reñida.

Hoy me he dedicado a poner nervioso al doctor Fernández. Conociéndole, seguro que a estas horas estará sin conciliar el sueño. Le he contado que, en realidad soy un ser de dos dimensiones. Como una sombra. No me ha entendido, como de costumbre.

- ¿Y desde cuando cree usted que es una sombra?

No se ha enterado de nada, pero voy a seguirle la corriente. Nunca se sabe. El día que quiera salir de aquí bastará con decirle que ya no me siento sombra, que eso era una tontería que no sé cómo se me llegó a ocurrir, que estoy mejor gracias a sus cuidados y los de todo el personal,  y, entonces,  seguramente me hará todo ufano y feliz los papeles del alta convencido y pagado de sí mismo por haber logrado curar una psicosis y, de paso, restregárselo al lacaniano ese por sus forcluidos morros.

- Doctor, todos proyectamos una sombra; lo que usted conoce de mí, no deja de ser más que la sombra.
- Pero yo puedo tocarle, usted es un cuerpo.
- Sí, doctor, no se lo discuto, lo que le digo es que lo que usted percibe de mí es mi sombra.
No es ninguna novedad, antes de que se impusiera el cristianismo los egipcios reconocían la sombra como una de las almas de la persona, el Sheut.

Pero el doctor Fernández no entiende de esto. Me mira con cara de embobado mientras piensa - a buen seguro - qué mamotreto debe consultar a propósito de este caso. Hasta es probable que yo mismo alcance alguna fama a través de alguna publicación científica, tal y como sucedía con las excelsas pacientes vienesas del Dr. Freud.

La verdad, querido lector, es que soy como una sombra. Un ser bidimensional. Una proyección autónoma del cuerpo del que ahora escribe. Soy como si fuera su alma. Soy su sombra. Mi sombra, podría decir. Nuestras sombras...

Era la única parte mía que podía acercarle a ella. Mientras estaba envuelta en su albornoz rosa, inclinada sobre sus papeles, mi sombra pasaba lamiendo furtivamente la fachada de su casa. Me colaba un instante por su ventana y me restregaba sobre ella... Igual que ocurrió  aquella mañana, cuando nuestras sombras fueron una sola sombra. Dos almas confundidas en una hermosa figura bidimensional.

Sí, querido lector: este Green Walker cuyas ocurrencias delirantes tienes ante tus ojos, sólo tiene dos dimensiones. Incluso en la oscuridad.

He de regresar a la cama. Me vuelvo a reír con el seguro develo del doctor Fernández, mañana veré sus ojeras. Él, metido en su mundo, no se percatará de las mías

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