Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

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Ocurrencias Delirantes

31 de marzo de 2011

OCURRENCIA DELIRANTE VII

-         ¿Sabes por qué no legalizan la droga, Walker?.
-         No, dime Germán
-         Pues porque si fuera legal todos acabaríamos colocándonos y pasando absolutamente de todo. Ni nos preocuparíamos de trabajar, ni de ganar dinero, ni de hacer nada. ¿No te das cuenta de cómo se tira la gente al prive y al bebercio?. Lo que te digo: si hubiera drogas, todos colocados. Y eso no les conviene.
-         Es posible, Germán.
-         Créeme, Walker, esta puta vida no tiene sentido. Las drogas nos permiten soportar esta verdad; pasando de todo, tío de todo. Y si les da por venir a los de abajo, los moros, los chinos y todos esos, pues que pasen hasta la cocina tío, que nos daría igual. Pero a estos hijos de puta de arriba, a los que lo gobiernan todo,  se les iba a acabar el chollo echando hostias.
-         A lo mejor tienes razón, Germán – dije melancólicamente..
-         No, Walker, no les conviene… para ellos somos su ganado y si pacemos en praderas prohibidas pierde calidad nuestra carne, nuestra lana o nuestra leche. Sólo praderas de alfalfa, fúbol, tetas y alcohol, de las otras, las de de cáñamo, coca o adormidera, bien prohibidas que se les acabaría el chollo. Alfalfa, tío, alfalfa… trabajar para ellos para que nos den alfalfa… y luego consumir para ellos. ¡Su puta madre!.
-         Visto asi…  
-         De verdad, Walker, ya te lo digo, esta puta vida de ganado explotable no tiene ningún sentido. Da lo mismo que sean capitalistas, dictadores, curas, ayatolas o lamas. Y, ¿sabes?, la droga te acaba enseñando la verdad  más suprema de todas las verdades, Walker: no hay nada, absolutamente nada que valga la pena, Walker, todo es una mentira, un puto espejismo, una falacia de mierda y no somos dueños de nuestra existencia porque entre todos esos hijos de puta de curas, militares y capitalistas nos la han robado.

En ese momento llegó la enfermera.

-         Señor Walker, venga conmigo, vamos al despacho del doctor Fouce que le está esperando.
-         Con mucho gusto. Lo siento Germán, el doctor Fouce me reclama.
-         Ese sí que es listo y sabe tras lo que anda, no como estos cantamañanas de aquí.
-         Hasta luego, Germán.

Salimos de la planta por una puerta cerrada con llave a un pasillo con varios despachos. Debían ser los que se usaban para las consultas de la calle. Entramos a un modesto despacho, decorado de un modo sencillo que trasmitía una agradable sensación de calidez, lejos de la frialdad de la mayoría de las estancias del hospital.

El doctor Fouce se puso en pie; con una sonrisa franca me invitó a pasar y me ofreció asiento en el tresillo de cuero que había en el despacho.

-         Siéntese, señor Walker. Aquí estaremos más cómodos; no obstante, si prefiere que llevemos a cabo la entrevista a la usanza habitual, nos sentamos a la mesa, como usted prefiera.
-         ¿No piensa tomar notas?
-         Bueno, no lo sé. Si necesitara tomar alguna puedo hacerlo sobre las rodillas, en este sillón. ¿Está cómodo, señor Walker?
-         Si, doctor, me agrada más este sofá.
-         Muy bien.

Tras una pausa de silencio en la que el médico parecía cavilar cómo comenzar la conversación, me miró a los ojos y me dijo:

-         Bueno, señor Walker, ¿quiere contarme aquello que me dijo ayer?
-         Mire, no sé lo que le ha contado de mí el doctor Fernández, pero quiero dejarle muy claro que yo no oigo voces, ni veo sombras, ni creo que nadie me ande por ahí persiguiendo.
-         Bien, de acuerdo, entonces…
-         Lo que le dije al doctor Fernández es que soy un ser bidimensional. Como una sombra, para entendernos, que sólo tiene dos dimensiones, pero digo que soy, mejor dicho, somos seres bidimensionales, como si fueramos sombras, pero eso no quiere decir, desde luego, que seamos sombras.
-         ¿Que somos bidimensionales, dice?
-         Si, todos somos bidimensionales, doctor. Somos seres que vivimos en una superficie, que nos movemos por ella y que hablamos sobre ella, ajenos a otra realidad que existe por encima de nosotros. Y no precisamente la que me decía Germán con respecto a las drogas esta mañana.
-         ¡Ah!, de modo que ya le ha contado eso.
-         Si, justamente me lo estaba contando antes de venir a su despacho.
-         Y ¿cuál sería esa otra realidad que está por encima?
-         Pues… lLa vida y lo que pasa por la mente de nuestro Autor.
-         ¿Se refiere a Dios?
-         No, no soy creyente, doctor, soy agnóstico. No. Me refiero al Autor que crea nuestros personajes y escribe nuestro guión. Como lo que ahora mismo le estoy diciendo.
-         Vaya, esto es muy interesante. Pero ¿cómo sabe usted de la existencia de ese… Autor que rige nuestras vidas, nuestros diálogos y nuestros destinos?.
-         Vera, doctor, en realidad es como si yo fuera la sombra de ese Autor, como un reflejo suyo en este mundo de dos dimensiones.
-         Bien, ¿qué tiene usted de ese Autor, qué rasgos posee?.
-         Una parte de sus sentimientos.
-         Ajá. Entonces usted portaría una parte de los sentimientos de ese Autor. ¿Y los demás?.
-         No lo sé, supongo que otros aspectos de la vida y la persona del Autor.

El doctor Fouce hojeó una carpetilla con varios folios manuscritos.

-         Desde luego, no había recogido nada de esto… bueno, luego, si acaso haré alguna anotación. Pero veo que cuando usted ingresó le vio la doctora Salazar, y a ella le contó que estaba muy deprimido y que no quería vivir. Pero nadie le ve deprimido en la planta, yo no le veo triste.
-         No es exacto. Le dije que yo ya no quería seguir viviendo en este mundo de dos dimensiones y mi tristeza es uno de los rasgos del Autor con el que he de cargar aquí.
-         ¿Una tristeza impuesta, entonces?
-         En cierto modo… Ya no sé si cargo con ella o si soy así.
-         Bueno. Ahora dígame una cosa, verá: ayer me sorprendió usted hablando de ocurrencias delirantes, inspiraciones delirantes y forclusiones, ¿tiene usted conocimientos de psiquiatría?.
-         Estudié Filosofía y Letras, entonces se estudiaba algo de psicología. La fenomenología, el psicoanálisis, el existencialismo…
-         Aquí en su historial – dijo mientras examinaba algunas hojas- no se hace referencia a estos estudios.
-         Nadie me preguntó nada de eso doctor.
-         En qué trabaja usted.
-         Diagamos… - titubeé – digamos que soy escritor.
-         También crea mundos de dos dimensiones, ¿no?
-         Es posible, doctor.
-         ¿Le interesa el tema de la psiquiatría?
-         Si, me parece apasaionante. Tengo un amigo psiquiatra con el que hablo con frecuencia. Pero no se parece nada a esos… bueno a los doctores de aquí.
-         ¡Vaya! ¿Un amigo psiquiatra?, ¿quién es?.
-         Permítame reservarme este secreto.

El doctor Fouce se quedó un rato pensativo. En ese momento sonó el teléfono

-         Discúlpeme un momento.

Mientras lo atendía, me volvió a la memoria aquel momento de ayer, cuando ella, con esa horrible gelidez me dijo que el doctor me recibiría hoy. Sentí un violento escalofrío, la fuerza de la gravedad aumentó de repente y me empecé a hundir en el sofá y en los pantanos de la tristeza. El doctor Fouce terminó la conversación telefónica y me dijo:

-         Volveremos a hablar dentro de unos días, señor Walker.
-         Bien, doctor, dije poniéndome con cierta dificultad en pie.
-         De todos los modos… tengo una duda. ¿No estará usted aquí, en el hospital para… quiero decir, con una finalidad diferente a la de buscar su salud, verdad?.
-         No le entiendo, doctor.
-         Nada, es igual. Ya hablaremos con calma más adelante. Ahora le acompaña la señorita a la planta.

Me tendió la mano y se la estreché. Era una mano tibia que en un apretón intenso, trasmitía un gran afecto, a la vez que respeto. La enfermera que acompañó a la sala de estar. ¿Qué querría decir con su pregunta final?. ¿Sospechará que puedo estar fingiendo mi locura con el fin de estar ingresado?. Está claro que ignora el fin, pero este hombre tiene una intuición preclara. 

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