Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

Ocurrencias Delirantes

27 de febrero de 2011

Poema 4.23.14

Te he perdido, tal vez para siempre

¡Cuántas veces te he perdido!
Te perdí tras aquel primer beso,
Y luego, después de un abrazo
Y otra vez aquella tarde de junio
Triste anochecer aciago, abandonado
Te perdí en septiembre, tras un hachazo
En octubre y en noviembre
Y te volví a perder en fin de año
En invierno y en verano
Y de nuevo te perdí año tras año
Igual que un moscón atrapado
Golpe a golpe contra el cristal
Y te seguiré perdiendo, obstinado
Hasta caer extenuado
Y, aún así, te seguiré amando
Para volver a perderte, ya enterrado

23 de febrero de 2011

Poema 4.23

He dejado de correr a tu encuentro
Porque que el espacio vacío
Que deja tu ausencia eterna
Golpea inclemente mis labios.

He dejado de soñar para siempre
Porque tengo miedo de hallarte
Espectral e indiferentemente ajena
Entre las brumas del ensueño

Y he dejado de marcar tu teléfono
Desde hace ya algún tiempo,
Estrellado y roto contra el silencio
De ausencia, tono a tono realzada.

Por fin, he terminado de aprender:
Te he perdido, tal vez para siempre.
Ya no eres tú aquella amada mía,
Hoy prisionera de la absurda vorágine.

Pero no he podido, ni puedo
Entregar al olvido aquel tiempo,
De loca primavera y anhelo,
Cuando aprendí, tras un tierno beso,
A amarte con desvelo
Día a día
Verso a verso.

20 de febrero de 2011

22 de febrero: San Antonio Machado, poeta y mártir

Ya han transcurrido setenta y dos los años desde la muerte del poeta. Quizá pueda parecer mucho tiempo y que la vida, desde entonces, ha cambiado mucho. O quizá nos pueda parecer que las cosas no han cambiado tanto. Vemos una preocupante polarización de la sociedad, caldo de cultivo óptimo para la emergencia de instintos cainitas. Por otra parte, y a pesar de los esfuerzos estatales, el grado de incultura parece cada vez más preocupante, como sucedía en la época que le tocó vivir al poeta y de la que tanto se dolía en sus versos.

A través de estas líneas vamos a rvivir los últimos días del poeta, cuya biografía es la de un hombre bueno al que la suerte no le fue muy propicia en la vida. Quedan pendientes para otra ocasión otros aspectos biográficos del poeta, como su vida amorosa así como otros milagros atribuibles a este santo laico.


Barcelona, 22 de enero de 1939; las tropas nacionales al mando del general Yagüe habían tomado Tarragona y en tan sólo unos días estarían en la capital catalana. El miedo a las represalias de los vencedores llevó a unas cuatrocientas mil personas a huir hacia Portbou, rumbo al exilio. Así lo hicieron Antonio Machado, su madre doña Ana Ruiz, su hermano José y su cuñada Matea, dentro de un grupo de intelectuales españoles. Para Antonio y doña Ana, éste sería el último viaje.

Atrás quedaban tiempos más felices, sobre todo desde septiembre de 1932, cuando Antonio fue nombrado catedrático de francés en el Instituto Calderón de la Barca de Madrid. Dejaba atrás trece años de residencia en Segovia y ahora podía estar más cerca de su amada Guiomar. Su obra era reconocida y era objeto de varios homenajes. Pero el estallido de la guerra truncaría esta bonanza. El 24 de noviembre de 1936 ha de trasladarse a Valencia por la orden del gobierno republicano de evacuación de intelectuales. Para el poeta fue muy penosa la separación de Guiomar a la que nunca más volvería a ver. Ella había partido hacia Estoril junto a su familia. Aquel aciago año se cerró con la triste noticia de la muerte de don Miguel de Unamuno. Más tarde, en marzo de 1938, ante el avance de las tropas nacionales, el poeta y su familia hubieron de trasladarse a Barcelona, donde permanecerán durante un año escaso hasta su marcha definitiva.


Al dolor de exilio, la incertidumbre, el miedo y la ruina, se sumó el enorme disgusto de ver a su hermano Manuel, amigo y compañero de correrías literarias, al lado de los nacionales. Fue un viaje largo y penoso. Durante seis días tuvieron que afrontar larguísimas esperas dentro de vagones y estaciones bajo un frío helador. Cruzaron la frontera bajo una lluvia inclemente. Todo esto, dejó una marcada huella en el rostro del poeta, al que vemos en una de sus últimas fotos tomada en la frontera y también supondría un duro ataque a su precaria salud. 

Al fin, llegaron a Collioure, un pintoresco pueblo costero del Rosellón francés. Era el día 28 de enero de 1939. Se alojaron en Hotel Bougnol-Quintana, donde recibieron el calor, el afecto y los cuidados de la propia Madame Quintana, dueña del hotel, y de otros lugareños como Monsieur Valls, quien prestó al poeta algunos libros que le acompañaron en sus últimos días, ya que habían perdido el equipaje. Como si una broma del destino se tratara, aquellos versos escritos hacía más de viente tomaron un valor premonitorio:


Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

A pesar de que el poeta tenía tan solo sesenta y cuatro años, su salud no era nada buena. Ya se había encontrado enfermo en Valencia. Y fumaba demasiado. En el instituto le habían puesto el apodo de La Cenicienta porque siempre llevaba sus trajes manchados de ceniza. El poeta siempre fue algo desaliñado en el vestir; él mismo lo había reconocido en su poema:

Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido
-ya conocéis mi torpe aliño indumentario
mas recibí la flecha que me asignó Cupido
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario


En el mes de febrero, Antonio cae enfermo, y su estado se agrava a partir del día 18, posiblemente por una neumonía que terminaría con su vida el día 22. Tres días más tarde moriría doña Ana, su madre. Ambos fueron enterrados en un nicho generosamente prestado por una amiga de la señora Quintana. Más adelante, en 1957, sus restos serían trasladados a un panteón propio en ese mismo cementerio. Los cuatro versos antes aludidos, son los que componen su epitafio.

Hay muchos más detalles recogidos por Jaques Issorel en el libro COLLIOURE 1939. LES DERNIÈRS JOURS D'ANTONIO MACHADO. Así mismo el lector interesado encontrará una información exhaustiva en la esta dirección: 


A pesar de tantas penalidades y tanto sufrimiento, aquel hombre bueno que era no dejaba entrever ni una gota de rencor, rabia o amargura. Agradecía los cigarrillos que le proporcionaba su vecina Juliette en Collioure, los cuidados que le prodigaba su familia y su casera en los momentos de lucidez que le permitía su enfermedad. Y también con la vida: en los bolsillos de su viejo gabán se encontró un trozo del papel con un solo verso, quizá el inicio de un último poema, un esbozo, o una idea de esas que hay que atrapar al vuelo antes de esfumen. El verso decía:


"Estos días azules y este sol de la infancia".

Tal vez una añoranza. Tal vez algo por lo que considerar que la vida había valido la pena. Esas cosas que hacen a un hombre inmortal.


Veintidós de febrero. Setenta y dos años sin Antonio Machado. Demasiados años de ausencia. Sin embargo, creo que estos poetas son inmortales y siguen viviendo de algún modo entre nosotros y hasta son capaces de manifestarse. Os voy a revelar un secreto: estoy convencido de que el poeta vive ahora en Lugo, concretamente, en un viejo peral que hay al lado de la Muralla romana. Mi amigo, el psiquiatra, me dice que, "seguramente se trata de una ocurrencia delirante más de las tuyas". Algún día lo contaré con más detalle, ahora sólo dejaré un apunte: este peral es capaz de dar flores en octubre y mantenerlas hasta más allá de enero. Otro día os contaré la historia.


Eternamente, contaremos con su obra: la obra de un hombre bueno. En definitiva, un santo laico, un santo por lo civil.




18 de febrero de 2011

¡Ay, señorito, pero qué cosas tiene usted!

Hay cosas que sublevan la moral hasta de un ser bidimensional, como puede ser el autor de este blog, por eso lo que ahora se va a tratar queda lejos del amor, de la locura y de la poesía, aunque no tanto de los cuentos, en este caso en su peor acepción. Sea por una vez y sin que sirva de precedente. Así que vamos a dirigir esta modesta arenga al ilustradísimo, aunque por lo que veo amnésico, señorito don Esteban González Pons, quien nos sorprendía hace unos días con estas sorprendentes consignas revolucionarias:

"Lo que ha ocurrido en Egipto demuestra que el pueblo, cuando quiere, puede".

"En España el pueblo quiere un cambio porque está harto de un Gobierno que ha hecho reformas contra la crisis económica y el paro que no conducen a ningún sitio".

"Desde Egipto nos han recordado que nos queda mucho para que nuestra democracia sea de verdad".

¡Ay, señorito, qué cosas tiene usted!, Pero ¿no se acuerda usted de cuánto se les atragantó la última sublevación del pueblo español?. Si todavía lo están rumiando algunos de sus medios afines, aquellos que a punto estuvieron de ahogarnos entre patrañas para convencernos de que el pueblo había sido engañado y manipulado por una turbia conspiración orquestada desde la izquierda más radical.
¡Ay, señorito!, pero ¿no se acuerda?. Deje que le refresque la memoria:

Hace por ahora siete años, las calles de España eran un clamor en contra de aquellas iniciativas bélicas que había decidido emprender nuestro señor presidente, henchido de ardor guerrero y una absoluta convicción de la existencia de ciertas armas de destrucción masiva, conduciendo a nuestro país a través de sendas gloriosas propias del vigía de occidente. Evidentemente, aquel clamor popular contrario a semejantes heroicidades fue descalificado, con la inestimable ayuda de un jefe de informativos de RTVE, cuyo nombre me niego a recordar, argumentando que unos cuantos manifestantes gritando en la calle no suponían la voluntad mayoritaria de un pueblo.

Días más tarde, el viernes 12 de marzo, el pueblo español salía mayoritariamente a la calle, en silencio y  con una actitud mucho más cívica que la que mostraron sus dirigentes, a repudiar con todas sus fuerzas la masacre que había sucedido el día anterior en Madrid.

El sábado 13 de marzo, una ingente muchedumbre se concentró en la calle Génova, ante la sede del partido al que usted pertenece exigiendo que “Antes de votar, queremos la verdad”. Y ¿recuerda usted del motivo?. Yo sí: en aquellos días habían estado tomando al pueblo español poco más o menos que por imbécil e inmaduro, intentándole colocar una mentira, y de las gordas. Sí, señorito, una mentira, a pesar de los desmesurados esfuerzos realizados por sus militantes y por esos medios afines al partido de usted y a la santa, católica, apostólica y romana iglesia ibérica para intentar convencer a este pueblo - por lo visto, carente de criterio - de la veracidad de aquella mentira, sin escatimar argumentos de oscuras tramas, conspiraciones, falseamientos, investigaciones insuficientes y otras patrañas que aún intentan imbuir en la conciencia de los españoles. 

Una mentira conveniente, en aquel momento, para sus intereses electorales. Una mentira cobarde respaldada por aquella actitud chulesca y desafiante de su entonces presidente, cuyo nombre me tengo prohibido mencionar de por vida, que no tuvo los suficientes atributos de hombría para asumir sus errores y pedir perdón al pueblo que lo había elegido. Una mentira pertinaz por la estúpida actitud que muestran sus correligionarios de sostenerla y no enmendarla.

Me vine a la memoria aquella tarde de sábado, en plena jornada de reflexión, en que creí volver a vivir aquellos oscuros tiempos del transistor en Radio París o en la BBC para poderse enterar de lo que acaecía en nuestro país. Sí, señorito, aquella tarde necesité recurrir a la televisión británica por antena parabólica, para poderme informar de lo sucedía en mi país, ya que aquel oscuro jefe de informativos de RTVE consideraba más oportuno mostrar el  historial delictivo de la ETA que mostrar la actualidad más palpitante, porque ello contravenía a los intereses del partido.

Por fin, el domingo, 14 de marzo, el pueblo español quiso y pudo. Ya lo creo que quiso y menos mal que pudo, porque hubo quien temió que se propiciara hasta un autogolpe de estado. Y el pueblo se sublevó del modo más cívico y democrático posible. A través de las urnas el pueblo español desbancó de una patada en el trasero – recibida por su actual jefe de filas, aunque no iba dirigida a él – a un presidente embustero, vendido a  intereses ajenos, narcisista y estúpido que a punto había estado de llevarnos al desastre seducido por el hombre más poderoso de la tierra que le había permitido poner los pies en la mesa de su rancho de Texas. Para muchos de nosotros aquello resultó una verdadera catarsis. Como sacar la basura maloliente a la calle. 

A buen seguro, a ustedes, que llevaban todas las encuestas a favor, esa sublevación popular no les debió hacer ninguna gracia. Aducirá usted que llevamos al poder a una panda de ineptos. No se lo discuto. Puede que tenga razón. Pero en aquel momento, la sensación de liberación vivida es comparable a la que ahora sienten en Túnez o en Egipto. O, si me perdona la escatología, similar a la que alcanza un estreñido veterano tras una purga vigorosa.

Entonces España sí que quiso un verdadero cambio. Y así lo hizo saber en las calles y en las urnas. Y lo dijo el pueblo, señorito, el pueblo, no sus intérpretes o sus representantes o sus presuntos portavoces como pretende eregirse usted con toda su arrogancia y modales jesuíticos.

No entiendo bien el último párrafo. No me diga que pretende usted de decir que duda que nuestra democracia sea de verdad. En fin, quizá yo tenga que admitir que  también tengo mis dudas, sobre todo al ver y oír a esos nuevos medios de comunicación que, proliferan por doquier cual colonias bacterianas patógenas. Puedo comprender, señorito, que el pueblo español le parezca  maleable, dócil y estúpido, sobre todo si se fija en esas ovejitas que marchan tras obispos manifestantes o cuando puede leer y escuchar las opiniones que vierten esos fieles oyentes de gurús mesiánicos que afirman traer la salvación a la patria. 


Pero no debe olvidar, señorito, sobre todo por si algún día el pueblo español decide el cambio  y usted fuese llamado a ocupar algún puesto de responsabilidad – dios nos coja confesados –, no debe olvidar - digo -  que, efectivamente, el pueblo español cuando quiere, puede. Cuando se siente engañando, manipulado y traicionado es capaz de armarse de justa cólera y reunir fuerzas para echar de una democrática patada en el trasero a sinvergüenzas, embusteros y traidores. Ha pasado una vez y sienta precedente. Aunque crean ustedes que contando con el apoyo de los medios de comunicación y repitiendo mil veces una mentira, se llega a hacer una verdad. 
Coma rabos de pasa, señorito, para no perder la memoria, que le veo que flaquea. Y antes de hablar, tenga en cuenta  la historia, porque dicen que aquel que olvida su historia está condenado a repetirla.

15 de febrero de 2011

Inexorable

Inexorable,
La lluvia busca la tierra,
El deseo invoca tu nombre,
El ansia fluye ciega hacia tu boca,
Las pupilas buscan ansiosas tus ojos,
Los labios se mueren por otro beso,
Los brazos se aferran al aire
Moldendo febriles tu cuerpo.

Inexorable
El río muere en el mar,
Los pasos vagan errantes
Hacia un encuentro imposible
Los sueños traen tu presencia.
Y el despertar estalla ante tu ausencia

Inexorable,
Las olas lamen la orilla,
La rabia, en realidad,
Llora amarga tu falta
Y la noche acerca, de nuevo,
El eco de tus palabras
Y tus silencios.

Todo permanece,
Inmutable
Aunque transcurra
Inexorable
El tiempo
A pesar de las zarpas
De la muerte,
De la tragedia 
Ineludible
Que se cierne.
Aunque que pasen
cuatro inviernos
O cincuenta lunas
O mil quinientas jornadas
O sesenta leguas
Por la ruta de las estrellas
O el  retorno
Inmutable
De generaciones 
ancestrales
De golondrinas y vencejos
A los  viejos sillares de la Muralla,
Más viejo
Y menos alegre,
A pesar
De los pesares,
Tantos pesares...
Tantísimos pesares...
Aún volvería a condenar mi alma
Hoy y mañana
Y pasado,
Otra vez y mil veces más
Inexorables,
Tan sólo
Por unos pocos besos
Tuyos
Tan intensos,
Tan locos y
Tan cuerdos
Como los de aquella
Fría, lluviosa
Y gloriosa
Madrugada.

Sobre el amor y otras estupideces

Hoy es el día de los enamorados,
con ansias y esperanzas de un querer.
Por eso, teniéndote a mi lado,
tu amor en este día lograré.

Hoy es el día de los enamorados
Y felices tú yo yo
viviremos siempre así,
porque sabemos
que nos protege San Valentín.


Hablemos, pues, del amor. Mi amigo, el psiquiatra, se sorprende cuando le planteo este tema. "¿Pero hombre, Walker, no hay otras cosas más serias y acordes con nuestra edad?", me pregunta a modo de reproche. Es cierto, podríamos hablar de urbanismo, de especulación, de política, de corrupción, de los lances de la vida laboral, de la última actualidad internacional, de fútbol o del mundo de la farándula. "De acuerdo, - condesciende sonriendo - al fin y al cabo, es uno de los temas más candentes de la vida, algo verdaderamente importante universal".

Para entrar en materia, paso a narrarle estas cinco escenas, sacadas de la vida real y ambientadas un sábado cualquiera por la tarde:

En la penumbra de una habitación juvenil, un adolescente mira fijamente la brillante pantalla de su ordenador con lágrimas en los ojos mientras solloza y suspira. Tras una pausa en la que parece meditar algo, se pone a teclear frenéticamente ante la ventana de su Tuenti. Espera respuesta. Entonces rompe a llorar con amargura mientras se cubre la cara con las manos. El primer desengaño.

A esa misma hora, un varón maduro, enfundado en un jacket verde de cazador está comenzando una quinta ronda sobre el adarve de la Muralla como un alma en pena. Por enésima vez, saca su teléfono del bolsillo, marca un número y se lo acerca al oído. Espera. Mira ansioso a un lado y a otro. Guarda resignado su teléfono. No hay respuesta a su llamada, ya lo sabía. En realidad, sabe de sobra que no hay nada que esperar; pero aún se aferra a la esperanza de un encuentro aparentemente fortuito. Son tantas las cosas que desearía decirle... Mientras lo piensa, está a punto ya de comenzar una sexta ronda.

A doscientos kilómetros, una mujer se marchita plena de amargura. El hombre que ama acaba de abandonarla hace unos días por otra chica diez años más joven; sabe que, seguramente, en ese mismo momento estarán haciendo el amor. Ajada, despeinada y envuelta en un salto de cama azul celeste, siente como los pétalos de su juventud se deshojan en una sangría de líneas negras sobre un folio blanco, emborronado por lágrimas que gota a gota se van estampando contra el papel. A veces, levanta su cabeza para dar otro sorbo a un vaso de whisky con hielo y sonarse la nariz. Mientras tanto, el que fue - y aún es - su amado yace desnudo en otro lecho mirando lánguidamente a las alturas, mientras su nuevo amor dormita el sueño poscoital acurrucada contra su hombro. No se siente ni feliz, ni pleno, ni jubiloso. Más bien confuso e infeliz corroído en lo más íntimo de sus entrañas por una mezcla de fuego pasional y amarga hiel culpable: la imagen la que había sido su amada desangrándose de dolor y bebiendo whisky con hielo ocupa el centro de su mente. Mientras tanto, su chica empieza a roncar.

En un Golf TDI nuevecito, color azul marino, una joven pareja va de regreso a casa. No se oye ni una palabra. El espeso silencio que les envuelve a penas queda roto por una canción de Maná en la radio. Otro sábado de hastío: esta vez han ido a comer a la casa de él. El próximo fin de semana toca en casa de ella. Ambos miran a un punto lejano con los ojos perdidos. No hay nada que decir. Ella recuerda con nostalgia tiempos pasados llenos de locura y romanticismo, cuando las tardes eran doradas y les arropaba otro tipo de silencio diferente, ese silencio cómplice de cuando sobran todas las palabras, tardes de sueños compartidos, vestidos con el mismo modelo de jersey con los colores invertidos a modo de un ying y yang, regalo de aniversario y símbolo de su unión. ¡Cuantas tonterías de juventud!. Pero el silencio de hoy es tenso; ella está de morro porque su chico le ha vuelto a decepcionar, esta vez por su incapacidad para de parar los pies a "su querida mamá" cuando empezó a decir aquella sarta de inconveniencias. Mientas, el chico, dolido y lleno de resentimiento, va rumiando amarguras, convencido de que se ha dejado engañar por la vida, y que es mucho lo que ha dado a cambio de muy poco. Comienza ahora una canción de Amaral que tampoco logra rasgar ese agrio y espeso silencio.

En una lujosa mansión italiana, el presidente, embutido en un elegante albornoz y bien escoltado por amigos y empresarios, entra a la sala de “bunga-bunga”, donde una veintena de hermosas jovencitas, vestidas unas de policía, otras enfermera y otras de monja les reciben con la más pícara y sensual de las sonrisas, ahuecando sus escotes y abriendo sus piernas para que puedan entrever su fina lencería que a penas llega cubrir sus intimidades. El caballero sonríe orgulloso satisfecho de haber traído para su gente los bienes más preciados que nadie pueda soñar: fútbol y tetas. Todo va de maravilla: la mujer italiana se ha acostumbrado a comportarse en su vida cotidiana como en un concurso de mises, las encuestas le son favorables y sus negocios crecen como la espuma. Se siente seguro de sí mismo y se sabe amado por su pueblo. La saliva le cae lascivamente por la comisura de los labios mientras su gruesa mano comienza a trepar por la cara interna del muslo de una joven y escultural rubia ataviada con un cortísimo hábito de hermanita de la caridad.

¡Ah, el amor! - dice mi amigo - Y me canturrea desafinando a propósito esa copla de la bellísima zarzuela de Doña Francisquita: “siempre es el amor, travieso, que hace suspirar por eso". Y tras un momento de reflexión me dice: “mira, Walker, creo que, a fin de cuentas, todos los lances amorosos se pueden reducir a términos matemáticos, en este caso, al conocido dilema del prisionero”. Sinceramente, creo que mi amigo desvaría o quizá que esta viendo demasiados telefilmes policíacos de sobremesa. "Hombre, puede ser", me dice sonriendo. Sin embargo, ahora he de reconocer que casi me ha terminado por convencer.

El dilema del prisionero se formula de esta manera: supongamos que la policía detiene a dos sospechosos de un grave delito pero no tiene suficientes pruebas para inculparlos; entonces deciden aislar a los dos detenidos a fin de interrogarlos y lograr una confesión. Para ello ofrecen el mismo trato a cada uno: si usted se aviene a colaborar y confiesa y su compañero continúa guardando silencio o negándolo los cargos, entonces, usted será puesto en libertad y su compañero condenado a la máxima pena; en caso de que su compañero confiese y usted siga negando los hechos o guardando silencio, él quedará en libertad y a usted se le impondrá la máxima condena. Si los dos se declaran culpables, se impondrá a cada uno la mitad de la máxima condena, pero en el caso de que los dos guarden silencio, sólo se les podrá imponer un año de condena a cada uno por resistencia a la autoridad y tenencia ilícita de armas.

Y a partir de ahí comienza el dilema del prisionero, que debe escoger la mejor opción sin saber lo que va a decidir su compinche. En principio, la opción de guardar silencio parece la más noble y más ventajosa para los dos detenidos. Pero un análisis más detenido teniendo en cuenta que entre truhanes anda el juego y que el mejor premio, la libertad, se consigue a cambio de la traición, nos lleva a pensar que el resultado más probable es que los dos detenidos acaben una larga temporada en prisión tras decidir traicionarse mutuamente.

Bueno, Walker, - dice mi amigo- pues así parece ocurrir con las cosas del querer: quien se enamora queda en una posición muy vulnerable como le sucede al prisionero que opta por comportarse con nobleza. En el mejor de los casos, el enamorado siembre va a terminar sufriendo alguna condena. Sin embargo, el que se comporta de un modo menos noble, entregándose al juego del amor sin enamorarse, es quien tiene más posibilidades de recompensa y en el peor escenario posible de la mutua traición, hay mal, pero éste resulta bastante menor. Y pasa a mencionarme a algunos colegas suyos, de esos que escriben libros y hablan por la tele, que consideran al enamoramiento como “un estado de imbecilidad generalmente transitorio”.

En las tres primeras historias, de desengaño y desamor, el daño que recibe la parte enamorada es máximo, mientras que la otra parte queda muy bien parada, si acaso, con alguna sensación de culpabilidad o de vileza, que será compensada con la libertad adquirida o con la dulzura de las mieles de un nuevo amor. La condena del otro puede llegar a ser perpetua si resulta muy insistente, como cantaban en la zarzuela antes aludida que, por cierto, trata de un complicado juego amoroso a tres o cuatro bandas: “El que quiere y no es querido, nunca se debe dar por vencido”. Insistir hasta morir.

"Ah, el desamor... - recita pleno de histrionismo - un tema muy traído y llevado en el mundo de la canción ligera, cuajada de lastimeros lamentos de cabrón, como decía mi madre - empleando este vocablo malsonante como sinónimo de varón coronado con un par de astas –."  Como aquello que cantaba Julio Iglesias: “que siempre es más feliz quien más amó y ese siempre fui yo”. O la canción de Alaska “Cómo pudiste hacerme esto a mí, yo que te habría querido hasta el fin, sé que te arrepentirás”, más llena de cólera y con un final un tanto trágico. Quien abandona, no canta, pues, a buen seguro, ya a espantado su mal  y, seguramente, tiene mejores cosas que hacer y en qué pensar.

Si los dos se enamoran, también hay condena. Más leve, más dulce si se quiere. Pero condena al fin y al cabo. Sería el caso de la parejita del Golf TDI azul marino. Ahí, el cumplimiento de esa pena se va tornando cada día un poco más penoso y agrio. Cantaba Víctor Manuel "Digo amor y digo en relidad, el amor que me libera me robó la libertad". Es la derrota del paso del tiempo, de la extinción de la pasión que un día les había unido. Del ahogo por lo cotidiano, con esa corrosión que da el gusanillo del qué hubiera pasado si en vez de… O el lento veneno de pensar que no ha valido la pena, que la otra parte - no importa ya que haya hecho la misma elección - no da ningún valor al enorme sacrificio de libertad que uno ha realizado.

Ideales, ilusiones y proyectos de futuro que empiezan a ajarse como los algodones dulces de las ferias, cuando al cabo de un rato comienzan a mermar y encogerse hasta terminar reducidos a una masa pringosa y pegajosa que te escurre por las manos y la cara y de la que sólo deseas liberarte de una vez. Tristes historias de parejas que buscan inútilmente conservar esa chispa de pasión, porque no queda otro remedio, como aquellos que envuelven su palito de algodón dulce en bolsas de plástico o aplicando conservantes que lo fijen, disequen y momifiquen y lo preserven de los devastadores efectos del ejercicio de la convivencia cotidiana que acaba desembocando en un “te amo, pero ya no te soporto”. Y aún peor cuando parece hermanos siameses, porque cuando dos personas buscaban fundirse en una, siempre se termina con dos medias personas.

El discurso de mi amigo psiquiatra, más que frió y racional es amargo y nihilista.  Pero le expongo el argumento de que hay muchas parejas felizmente casadas a pesar del inexorable transcurso del tiempo. Pero su respuesta me deja igualmente descorazonado: “Si, son los casos de la gente que se adapta muy bien a la vida carcelaria y que no sabe vivir fuera de los muros del presidio; por haberlos, los hay que aprovechan para hacer estudios universitarios, por cierto, ¿te has dado cuenta de que la mayoría de los presidiarios que terminan una carrera son abogados?”. Y sentencia con aquella frase de los anarquistas "El miedo a la libertad crea el orgullo de ser esclavos". Y me lo dice en un tono amargo, como si él mismo estuviera resentido por algo.

Dejamos para el final el caso de ese presidente lascivo. Si, la relación entre ellos es la de los que juegan al amor, pero no se enamoran; una traición al amor. Aquí la condena es mediana: al hastío, a la adicción al sexo, a las perversiones, al sexo comercial, al sadomasoquismo. A una vida sin amor que no merece la pena ser vivida.

Ahora ya no hay por donde escapar, como los dos prisioneros. Queda entonces una pregunta ¿Quién es el que propone este dilema de prisioneros al ser humano?. Mi amigo me propone seguir hablando otro día del tema del amor: "Bueno Waker, hoy hemos hablado del cómo, otro día lo haremos del por qué".  Pero con respecto a la salida del dilema del prisionero me apostilla con un lapidario "mira, Walker, ya lo decía mi abuelo: lo de la jodienda no tiene enmienda".

Una extraña casualidad acude a nuestra conversación, como poniéndola punto final: es una agria canción de Tonino Carotone:


Porque voy a creer yo en el amor
si non me entiende no me comprenden tal como soy yo
Porque voy a creer yo en el amor
si me traiciona y me abandona cuando mejor estoy
No sabemos muy bien entre tu y yo
y aunque parezca no tienes la culpa la culpa es del amor
Yo no quiero sufrir pero aquí estoy
y estoy sufriendo y no me arrepiento
(me cago en el amor) me cago en el amor
Me cago en el amor
Me cago en el amor
Me cago en el amor
É un mondo difficile…

En fin, mi amigo y yo hacemos propósito de comportarnos con más madurez, de acuerdo con nuestra edad y acordamos que va a ser mejor hablar de urbanismo, corrupción, política, actualidad internacional, lances del mundo laboral… y otras estupideces.

Green Walker