Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

Ocurrencias Delirantes

30 de agosto de 2011

EPÍLOGO AL PRODIGIO DE LUGO


No quería terminar este relato, querido doctor, sin comentarle que es probable que la mayoría de los hechos que aquí se han narrado no puedan encuadrarse en ese mundo real que tanto parecen valorar desde esa otra orilla de la vida. Es posible que formen parte de un mundo enfermizo, llámense ocurrencias delirantes o inspiraciones delirantes – qué más dará -. O, cuanto menos, al mundo de la ficción. Pero admita la posibilidad, querido doctor, de vez ese relato puede estar reflejando unos hechos completamente reales y tangibles. Incluso cabe la posibilidad de que todas las explicaciones se encuentren entremezcladas o diluidas las unas en las otras como un sobrecito de azúcar en una taza de café con leche. ¿Dónde está el azúcar?, ¿dónde está la leche?, ¿dónde está el café…?

Bien, de momento, prefiero no desvelar este misterio. Como usted bien sabe, en aquel mes de octubre del año 2008 floreció una fina rama en un peral viejo, adyacente a la Muralla, muy cerca de la Puerta de la Estación, más allá de la zona de los magnolios. Usted parece que pudo verlo igual que lo vi yo. Cualquier las explicación a este fenómeno queda a criterio de su imaginación y voluntad.

Y una última cosa: si algún día usted pudiera presenciar otro fenómeno prodigioso como el que aquí se ha relatado, le ruego que lo grite y lo cante a los cuatro vientos. No todos los días puede uno tropezarse con el alma de un Poeta. Más raro aún es poder disfrutar de poemas escritos sin palabras ni letras: flores intempestivas, una mariposa blanca que surca el aire de modo imprevisto, un relámpago o la visión de una estrella fugaz en el cielo raso… Si esto le llegara a ocurrir, disfrútelo lenta y parsimoniosamente, aún a riesgo de caer en brazos de la locura. No lo deje escapar, doctor, sin quedarse con unas gotas de poesía pegadas a su mano y a su corazón. Ello hará que su vida resulte un poco más auténtica, rica y plena.

25 de agosto de 2011

EL PRODIGIO DE LUGO V


Era de esperar: Las flores tuvieron una vida efímera. Lluvias y vientos atroces terminaron por arrancarlas de la rama dejándola devastada, igual que el invierno asola esas últimas rosas nacidas en noviembre. Sus blancos pétalos, ajados, revoloteaban hasta terminar yaciendo esparcidos por el suelo. Unas flores que, como tantas, nunca darán fruto.

Del mismo modo, la suave brisa del olvido se ocupó de barrer escritos, informes y publicaciones del grupo de expertos. Las fotos de El Progreso y de La Voz duermen ahora en algún archivo o componen un cucurucho lleno de castañas asadas que alguna despreocupada pareja degusta mientras pasea por el Parque de Rosalía de Castro. Nadie menciona ya el Prodigio de Lugo.

Ella levanta los ojos hacia aquel peral indiscreto cada vez que deja su coche en el aparcamiento. A veces le viene el regusto de aquellos besos, de la electricidad que aquel día hizo latir con violencia su corazón, la embriaguez de aquellos minutos eternos… Pero enseguida es capaz de ocupar su mente con otros pensamientos más mundanos y opacos. A veces necesita alguna pastilla para dormir. Algunos días le despierta el sobresalto de alguno de aquellos adormecidos recuerdos, pero poco a poco se ha ido acostumbrando a esquivarlos: Hace mucho tiempo que prefiere guardarlo todo en su particular rincón del olvido.

Él siguió rondando la Muralla un día y otro... y otro, mientras guardaba celosamente el secreto de su amor prohibido y le iluminaba la vana esperanza de un nuevo encuentro imposible. Una locura que día a día lo iba consumiendo. Por fin, llegó el momento en que casi alcanzó la felicidad. Sucedió una noche, ya desaparecidas las flores, cuando sorprendió desde el adarve a un experto ingeniero agrónomo aplicando al viejo peral un tratamiento fitosanitario contra la locura. Ciego de cólera, se puso a insultarlo, le orinó encima y entre feroces imprecaciones la emprendió a pedradas, con toda su furia y, por fortuna, escasa puntería. La policía, al contemplar su estado, consideró más oportuno llevarle al hospital que a los calabozos. Y así, por la fuerza, le ingresaron en el viejo frenopático, donde podía vérsele caminar vestido de verde por los pasillos del hospital, afirmando ver cada día a su amada, a pesar de las altas dosis de medicación que le administraban. En el comedor escribía poemas en trozos de papel robado, que mojaba con goterones de saliva que le iban cayendo de las comisuras de la boca mientras evocaba y revivía aquellos momentos únicos en su vida. Un misterio que nadie conocía era la manera en que aquellos poemas desaparecían de la mesa donde los dejaba y así no terminaban al día siguiente en la basura. Aún sigue convencido de que una mano invisible los iba recogiendo y guardando para hacéselos llegar a su amada. Jamás ha revelado su nombre, a pesar de haberlo tenido en los labios a todas las horas del día y de la noche. En una diminuta lata de colores guarda todavía, ya secas, dos de aquellas flores imposibles que brotaron del viejo peral aquel mes de octubre. Dos flores secas, eso fue todo lo que pudo salvarse de aquel Prodigio de Lugo antes de que una tormenta perfecta lo arrasara por completo a finales del mes de enero.

Y del poeta poco más se supo. Algunos dicen que decidió quedarse un tiempo más anidando en aquel viejo peral y que se hizo amigo de un vencejo. Otros creen que Antonio Machado decidió abandonar definitivamente el viejo peral y continuar un peregrinaje por otras partes del mundo. Cuentan también que el árbol volvió a dar flores fuera de tiempo al año siguiente y que este fenómeno se ha reproducido en alguna otra parte de esta tierra o tal vez esté a punto de suceder en el lugar más insospechado. En el momento más inesperado.

¿Dónde está el poeta?. A veces, se puede ver el efímero resplandor de una estrella fugaz mientras se camina sobre la Muralla. Hay quien dice que, en vez de partículas de polvo cósmico a gran velocidad, son en realidad guiños que  nos hacen los Poetas desde más arriba del cielo, como una llamada de atención para aquellos que aún son capaces de mirar a lo alto y despegar su vista del suelo. Y entonces brota una sonrisa, un grito ahogado de sorpresa o un pálpito de vida. Se trata, en fin, de pequeños prodigios cotidianos.

Un niño llega del colegio recitando a su padre un poema que hablaba de un olmo viejo hendido por el rayo. Aún no sabe de qué habla: no importa. Queda poesía sembrada para el futuro. Aún queda esperanza, aun en estos tiempos tan precarios para la lírica y el verso.