Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

Ocurrencias Delirantes

28 de noviembre de 2011

Poema de dos estrofas



Un poema de dos estrofas
Blancas flores al viento
Bolas de nieve suspendidas
Entre los tallos muertos
Versos de amor condensados
En el otoño ya agonizante
Son doce tímidas flores
Que escoltan cantando en silencio
A las últimas rosas de noviembre


Izadas altivas al frío acechante
Blancas enseñas de tregua
Frente a la escarcha y el viento
Como un triste pañuelo
Empapado de lluvia y frío
Blanco faro para los ojos
Cuando dominan las tinieblas.
¿Qué será de vosotras
Cuando fenezca este invierno?




23 de noviembre de 2011

OCURRENCIA DELIRANTE XVII

Veintitrés de noviembre. Es veintitrés de noviembre. Siento que he perdido las ganas de todo. No me apetece comer, a penas duermo, tampoco quiero pasear o conversar. Me aparto de todo y de todos y paso las horas mirando por la ventana. No me acabo de hacer a la idea de que ya haya venido el otoño.

En la calle un arce, con unas pocas hojas de color rojo, es mecido violentamente por el viento que le despoja la copa haciendo volar su vestimenta por los aires mientras la lluvia hace oscurecer el suelo. Paso las horas contemplando esta pelea entre el viento y el árbol. Como ya te dije, querido lector, tengo un pánico cerval a estarme volviendo loco, es una angustia que atenaza mi cuello y tiene a mi pecho como lleno de burbujas bullendo alocadamente entre sus paredes. Me pesan hasta los pensamientos.

Una mano toca mi hombro y me sobresalta: es ella.

-         Ven, que el doctor Fouce quiere verte – Me dice con suavidad.

Me levanto en silencio y voy tras sus pasos a la zona de los despachos. Sin decir una palabra. Completamente extrañado. ¿A qué viene ahora esta dulzura?. ¿Por qué ahora me trata de tú?. Si hasta ayer… o hasta donde llega mi memoria evitábamos mirarnos, tratándonos lo mínimamente indispensable, siempre de lejos y de usted. ¿Por qué ha tocado mi hombro como lo ha hecho?. En otro momento hubiera vendido hasta mi alma a todos los demonios por una caricia así. Pero ahora, lejos de confortarme, me causa una inquietud extrema.

A la puerta del despacho, vuelve a suceder otra vez: llama, espera la invitación a entrar del doctor, abre la puerta y al invitarme a pasar, pone su mano en mi espalda oprimiendo levemente mi escápula mientras cruzo el umbral de la puerta. ¿Por qué me toca así ahora?.

El doctor Fouce me invita a tomar asiento. Ella se sienta a su lado, un poco alejada con la placa de constantes y observaciones.

-         Bueno, señor Walker, ¿cómo se encuentra hoy?
-         Un poco extrañado, doctor – le dije con una voz muy baja.
-         ¿Extrañado?, ¡vaya!, ¿podría decirme el motivo de su extrañeza?

No me atreví a hablar de los leves contactos físicos que acababa de mantener ella conmigo, así que pasé al tema que el doctor parecía esperar de mí y aprovechar, de paso, para ver si podía solventar alguna de mis dudas aunque, en realidad, creo que me daba terror saber qué había podido pasar conmigo en este tiempo.

-         Estoy extrañado porque… bueno, es como si el tiempo hubiese dado un salto de unos días acá
-         ¿Cuántos días acá, señor Walker?
-         Pues… no lo sé… para mí…dos o tres días más o menos
-         ¿Dos o tres días, nada más, señor Walker?
-         Pues sí, dos o tres días a lo sumo… ¿por qué, doctor?
-         ¡Oh, nada, nada…!, pero ¿está seguro de que sólo han sido dos o tres días?

La insistencia me extrañaba a la vez que me inquietaba profundamente. Mi angustia aumentó cuando ella y el doctor intercambiaron unas miradas de complicidad.

-         Bueno, es que hace unos pocos días estábamos en verano y ahora… pues como que…
-         ¿Si?
-         Como que hubieran pasado unos meses de golpe
-         ¡Ajá!
-         ¿Qué día es hoy, doctor? – volví a preguntar, buscando una confirmación a lo que acababa de ver la otra noche en el ordenador
-         ¿No lo sabe usted?
-         Yo diría que estamos a finales de agosto… o primeros de septiembre todo lo más – mediomentí con aspecto inocente.
-         Hoy es miércoles, veintitrés de noviembre.
-         ¡Vaya…!

Ella abrió la placa de constantes y observaciones y empezó a pasar algunas hojas, con semblante de preocupación mientras se hacía un silencio pesado en el despacho.

-         ¿Ha pasado algo estos días, doctor? – pregunté temeroso
-         No recuerda usted nada, ¿verdad?
-         ¿Qué tendría que recordar, doctor?
-         No es momento ahora de hablar de ello, me temo. Ya hablaremos en otro momento. Ahora dígame una cosa, señor Walker: ¿estaba usted tomando adecuadamente la mediación que le tenemos pautada?
-         Sí, claro, doctor… - mentí otra vez - ¿por qué?
-         ¡Oh, nada,  nada..! Bien, pues puede volver a la zona de hospitalización, señor Walker.
-         Una cosa, doctor…
-         ¿Si?
-         ¿Le gustó el relato?
-         ¿El relato…?
-         Sí – le dije lleno de angustia – Lo de El Prodigio de Lugo…
-         ¡Ah, sí…! – pasó unas cuantas hojas atrás – sí..., si… Muy poético, desde luego… Ya hablaremos de ello, sí…

El doctor quedó un instante pensando, como si acabara de recordar algo y dudara en si debía o no decirlo. Al final se decidió a hablar.

-         Por cierto, ¿sabe una cosa, señor Walker?
-         Dígame, doctor – le dije con cierta aprehensión.
-         Pues... en fin, quería contarle que... bueno...
-   ¿Sí? - Nunca había visto al doctor Fouce tan dubitativo
-   Pues... verá: hace un par de días estuve paseando por la Muralla y me detuve ante el árbol en cuestión, el de su relato ¿sabe?. Y.. bueno pues  me acordé de usted porque… ¿sabe lo que vi?
-         No, doctor, dígame - le dije con una expresión que debía rayar el pánico
-         Pues otro grupo de flores blancas en el árbol, como una bola de nieve…  Sí, sí, al verlas me acordé de usted. Incluso tomé unas fotografías que… bueno, ya se las mostraré en otro momento.
-         ¡Vaya…!

Ella se levantó algo azorada y me invitó a dejar mi asiento y volver a la zona de hospitalización.

-         Hasta otro momento, señor Walker
-         Hasta cuando quiera, doctor

Por el camino ella volvió a tocar mi hombro, me miró con sus ojos llenos de tristeza y me dijo casi con un tono premioso:

-         Green, por favor, toma bien la medicación, deja de esconderla como estás haciendo. Te lo ruego por tu bien, Green.

La miré un tanto desconcertado. Hacía mucho tiempo que no me hablaba a penas y mucho más que no me llamaba por mi nombre. Otra vez hubiese vendido mi alma por volverla a oír llamarme Green, pero esta vez me dejó profundamente triste. Porque, ahora sólo había lástima en aquella mirada, nada que ver con lo que había existido hace ya demasiado tiempo.

Veintitrés de noviembre… con un paréntesis en blanco. Afecto que sabe a compasión y muchas preguntas sin responder. Tristeza, angustia y mucha, mucha confusión… A lo mejor tiene ella razón y debería empezar a tragarme las pastillitas que me dan tres veces al día. Debo de estar completamente loco.

16 de noviembre de 2011

OCURRENCIA DELIRANTE XVI

Me siento un tanto confuso. No entiendo lo que pasa; la verdad, esto es muy raro.

De repente, noto que todo ha cambiado. Estoy convencido de que ayer estábamos en pleno verano. Pero hoy parece haber caído el otoño de golpe. El cielo está lleno de grises nubarrones amenazando lluvia. Es como si hubiera dado salto en el tiempo sin darme cuenta. ¿Qué ha pasado?.

Y el entorno… lo encuentro diferente también. Por ejemplo, Germán está muchísimo mejor, como si no le hubiera pasado nada, es, sencillamente el de siempre. Además, los compañeros se muestran diferentes conmigo, con comentarios del tipo “¡vaya, hombre, ya era hora de que se te viera el pelo!” o “¡hombre, me alegro de que estés bien otra vez!”. ¿Es que me ha pasado algo?. No recuerdo nada especial, ayer fue un día monótono y gris como siempre, por lo menos hasta donde me llega la memoria. También noto diferente al personal que nos cuida, está como más solícito conmigo. Y también creo que más vigilante. Ella sigue sin decirme nada, pero sus ojos están más tristes cuando me miran.

Al escapar al ordenador me asaltaba el miedo a estarme volviendo loco de verdad, como si este juego pudiera írseme de las manos. Pero ahora,  sentado al ordenador de la doctora Salazar que, por cierto, había cambiado la clave aunque no la costumbre de tenerla anotada en un trozo de papel bajo el teclado, he encontrado dos detalles que me han puesto la carne de gallina: Al abrir el el blog, encuentro este poema que no es mío. ¿Quién habrá podido entrar y colgar semejante salvajada?. El poema me recuerda mucho al estilo de Germán, sin embargo, y a pesar de todas sus habilidades, no creo que haya averiguado mi password, bien personalizada, como cabe en algo tan delicado.

La otra cosa que me ha asustado, hasta el punto de dejarme un rato rígido y confuso ante el teclado, ha sido contemplar las fechas. El poema está fechado en octubre y ahora resulta que ¡estamos en noviembre!. Yo juraría y pondría la mano en el fuego al afirmar que hará dos o tres días que colgué el relato del epílogo a “El Prodigio de Lugo”. No puede ser que hayan transcurrido tres meses. Pero las fechas no mienten. ¿Dónde estoy?, ¿Qué ha pasado?.¿Dónde estuve este tiempo si no he estado aquí?. Empiezo a tener miedo. ¿Y si resulta que estoy realmente enfermo y mi estancia en este frenopático queda plenamente justificada?. Has de saber, querido lector que mi hospitalización fue voluntaria, completamente voluntaria; y lo hice porque, aunque a penas crucemos palabras o miradas, aunque parezcamos ignorarnos el uno al otro, quiero estar cerca de ella. Una vez que se conoce el mundillo de locuras, locos y loqueros, resulta que es muy fácil acceder a un frenopático. Ciertamente llevo bastante camino andado y sé qué hay que decir para que te metan dentro y qué hay que decir para que te saquen fuera. Es tremendamente sencillo. Pero temo si tanto tiempo jugando con la locura podrá estarme pasando factura.

Lo que tenía intención de contar parece ahora haber perdido importancia. Por ejemplo que aún no he tenido ninguna respuesta del doctor Fouce a mis escritos, aunque tampoco sé qué esperar del médico. O hablarte de que ahora me encuentro algo vacío, sin saber muy bien qué hacer. Dejándome llevar por la corriente de la monotonía hospitalaria, que es tanto como decir la corriente de un estanque o de una ciénaga. Caminar por el pasillo sin llegar a ninguna parte y embotar los sentidos ante el televisor.

O decir que Margarita sigue llorando como una magdalena. Sólo le falta un poco de sombra de maquillaje bajo los ojos para realzar su porte de actriz dramática salida de una tragedia shakesperiana. Creía que se debía a la muerte de Vicenta, pero ahora no sé decirte qué es lo que le pasa a Margarita, pero sigue completamente derrotada. Eso sí, hoy he visto que la trata la doctora Salazar. Supongo que le irá mucho mejor, pues a pesar de su porte despistado, es mucho más sensata y abierta a la escucha.

Y es que, afortunadamente para todos, los doctores Valle y Fernández ya no están aquí. Cuando pregunté por ellos, me explicaron que “habían pasado a otro dispositivo”. No entiendo muy bien esta respuesta, el caso es que ya no están aquí. Eran fáciles de engañar y de manipular, cuanto más engreídos y estúpidos resulta mucho más fácil conseguir lo que se quiere de ellos, sobre todo desde nuestra posición de inferioridad. Si queda el doctor Fouce, perro viejo o la doctora Salazar, me temo que va a resultar mucho más difícil engañarles. De todos los modos, eso no me importa ahora, ya que no tengo grandes intenciones de salir de este frenopático.

Hubo hoy un comentario de Germán que me dejó muy pensativo. En fin, como suele tener costumbre, a mediodía me asaltó con una colleja en la sala de estar:

- ¿A que no sabes por qué los hombres tienen pene, Walker?
- Seguro que no, Germán
- Pues mira, en el momento de la creación salimos extraplanos, como una compresa de esas con alas. Pero después dios nos coge el pito y se pone a soplar hasta que nos hincha, así los da vida. ¿No has oído hablar del “soplo vital”?. Pues mira tú por donde nos lo insufla.
- No me imagino a Dios Padre soplándosela a cada varón que pone en el mundo.
- ¿Y quién te asegura que Dios es del sexo masculino?
- ¡Ah, bueno!. En ese caso estaría más conforme… sí, una diosa soplándomela no estaría nada mal, pero ¿y a ellas?.
- A ellas les meten el bombín por la válvula, de ahí lo de vulva, y así las infla.
- ¿Una diosa inflando por ahí a las hembras?. ¿Con qué herramienta?, ¿en qué quedamos Germán?
- En un Dios Andrógino.

Más allá de la blasfemia, esta ocurrencia de Germán me ha dado mucho que pensar. La locura puede llevar a  niveles superiores de razonamiento y comprensión, desde luego, lo que permite comprender algunas realidades cuyo conocimiento no resulta alcanzable desde lo que llaman cordura. Seres de dos dimensiones que alcanzan una tercera a través de un “soplo de vida”. ¿Alguien podría hacer algo similar en este mundo bidimensional con estas sombras?. Un soplo vital nos permitiría alcanzar la corporeidad de la que carecemos?. En fin, más allá de lo grato o ingrato que podría resultarme una felación, me asalta el temor de poder llegar a ser un cuerpo sobre este mundo plano, esto me causa una sensación de vértigo insoportable.

Releo el poema. No, no es mío. Desde luego que no es mío. Y mientras tanto, una garra acerada de angustia se prende de mi garganta.

Tengo miedo, querido lector. Tengo mucho miedo.