Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

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Ocurrencias Delirantes

27 de enero de 2013

OCURRENCIA DELIRANTE XXVIII

Tendido en la butaca, me encontraba viajando por el espacio sentimental, delante de una televisión que atronaba con un presunto programa de debate. Ajeno a la tan tendenciosa selección de temas y noticias, como al tratamiento interesado de las mismas, mi cabeza  se hallaba sumergida en la música de Tchaikovsky que me proporcionaba el cachivache electrónico y un par de auriculares. 


El segundo movimiento de su quinta sinfonía propone un paseo por el curso de una vida que una y otra vez se ve roto por lo inevitable, lo inherente, eso que mora dentro de nosotros, y que tan menudo desconocemos o no preferimos desconocer; eso que, en el momento más inoportuno, surge con toda violencia, quebrando lo que uno cree ser y es para los que le rodean. Dicen los entendidos que el bueno de Tchaikovsky expresaba así su difícil convivencia con su homosexualidad, para al final ensalzarla en el último movimiento de sinfonía. La música va fluyendo dulce y monótona, con altos y bajos hasta que irrumpen esas ocho notas con todo el dramatismo que aparece ensalzado por una armonía disonante y golpes de timbal que cortan la respiración del oyente. Y así, me hundo en ese conocido sentimiento que me acompaña desde hace tantos años y que ahora me ha terminado llevando a esta locura: esa horrible sensación de abandono.

Pero tras ese dramático corte, el tema vuelve a fluir, igual que la vida, como si se rehiciera de sus cenizas y… Y en ese momento, Leopoldo me toca en el hombro:


- ¿Qué le parece esto, señor Walker?


Me sobresalto ligeramente, apago el reproductor de música del teléfono móvil, me quito los auriculares y miro con cierta extrañeza a mi compañero de fatigas y locuras.


- ¡Oh, lo siento!... Lo siento mucho, señor Walker, creía que estaba viendo el debate…

- No se preocupe, Leopoldo… no se preocupe… ¿qué era lo que me preguntaba?

El debate giraba en torno a los pretendidos problemas que asolan al país, la corrupción, la sensación de expolio generalizado, la impunidad, el paro cada vez más asfixiante, el alarmante aumento de la pobreza y a modo de cortina de humo, las tensiones autonómicas, las gestiones de los políticos y la aparición de iniciativas de algunos sindicatos muy de izquierdas de “requisar” de un supermercado carros cargados con diferentes productos de primera necesidad como gesto de protesta ante el deterioro en las condiciones de vida de las clases sociales más desfavorecidas. Los sindicalistas justificaban esta apropiación ilegal como una “expropiación forzosa” ante una situación insostenible promovida por los grandes delincuentes financieros, responsables del desastre económico que vive este país – vulgarmente conocido como “la crisis” –  que, además se están yendo de rositas amparados por los loobies de poder económico, la inoperancia de eso que llaman “justicia” con la connivencia del partido del gobierno.


Mientras que estos sindicalistas contaban con cierta comprensión por parte de los presuntos bienpensantes de la izquierda, en el otro bando, el de los presuntos bienpensantes de derechas, se calificaba el acto como de “saqueo” y “robo con fuerza”, juzgándolo como plenamente delictivo y pedían que el peso de eso que llaman “justicia”, cayera sobre los autores de tal tropelía. Y a partir de esas premisas, el debate estaba servido.


- Yo no lo entiendo, señor Walker… no sé a dónde vamos a ir a parar a este paso

- La verdad es que la imagen de sindicalistas saqueando un supermercado rechina profundamente con mi modo de ver las cosas, Leopoldo. No lo puedo aprobar yo tampoco, por más que comprenda sus razones.
- Pero… ¡es que no se puede hacer eso!. De ahí a los disturbios sociales más duros, esos que acaban a tiros y con el ejército desplegado contra la propia población no hay más que un paso.
- Es cierto, Leopoldo. Pero, insisto, comprendo sus razones.
- Si le digo la verdad, señor Walker, en estos últimos años, todo ha sido un saqueo. Me refiero al mundo que he conocido, al de la banca: desde que entraron esos tipejos en el consejo de administración, fue como si una plaga de bichos dañinos que poco a paco devoraron todo el patrimonio y asolaron la entidad… para, al final, irse con unas indemnizaciones que da vergüenza mencionar, eso sí, con la ley de la mano.
indemnizaciones-cajas-de-ahorro[1]- Un saqueo completamente legal con la ley que ellos mismos hicieron, ¿no?
- Así es, señor Walker, un saqueo legal.
- Es  muy triste todo esto, Leopoldo y no provoca otra sensación que la de asco.
- Mire, señor Walker… unos con el amparo de la ley, vestidos de traje y corbata y otros como esos descamisados con el amparo de la razón, el caso es que sea como sea, todo lo que sea política acaba en saqueo…
- Tiene usted razón, Leopoldo, tiene usted razón… Pero al final, los que acaban saqueados somos gente como usted y yo.
- No le quepa ninguna duda, que las consecuencias del saqueo a la banca las acabamos pagando entre todos, igual que el saqueo a ese supermercado o ¿acaso cree usted que no repercutirán esas pérdidas en el precio de los productos que luego iremos a comprar?.
- Siempre pagamos los mismos.
- Este mundo es un asco, señor Walker, un jodido asco…
- Hombre, aún hay cosas que valen la pena, más allá del mundo de los juegos de poder y de las finanzas.
- Mire, señor Walker… aquí no hay más verdades que la de la vida y la de la muerte… y ya no estoy muy seguro de la primera.
- Verá, Leopoldo… yo antes creía en la vida, en el amor, en la muerte, en la lucha… y ahora… en fin, que todo esto me trae al pairo… sólo trato de buscar la belleza.
- Me temo, señor Walker que usted está tan loco como yo…
- O sea… igual de cuerdo que usted, ¿no?
- Algo así… concluye con un esbozo de sonrisa.

Al menos, hemos conseguido la tenue luz una sonrisa entre todas las sombras del bueno de Leopoldo. 


- ¿También usted creía del amor?... Tiene gracia… el amor…

- Ya… pero piense usted en la cantidad de cosas buenas y malas que se han hecho promovidas por eso que llaman “amor”, para muchos de nosotros ha sido esa luz que ha realzado las facetas de nuestra vida, eso que hacía que la vida mereciera la pena… ese aliciente para vivir o…
- ¿O?
- … o todo lo contrario, claro – Respondí tras examinar mi estado de derrota.
- O todo lo contrario, señor Walker. Verá… yo creo que tiene razón ese psiquiatra de la tele que dice que el enamoramiento es un estado de estupidez afortunadamente transitoria.
- Hombre… se han hecho muchas cosas por amor o por desamor… obras de arte, por lo general y algunas proezas.
- Una gilipollez, señor Walker. Una vana ilusión. Un regalo a nuestro egoísmo, sí, a nuestro egoísmo, pues el principal deseo es el de ser amado, más que el de amar, en fin, una capa de yeso para cubrir nuestras carencias. Y nada más. Como ya le he dicho, sólo existen la vida y la muerte… y no estoy muy seguro de la primera.
- ¿Por qué no está seguro de la vida, Leopoldo?
- Porque esta puta vida, no puede ser otra cosa que un mal sueño, una horrible pesadilla o un disparatado delirio de ese ente que llamamos dios y que Germán tanto maldice… y creo que con toda razón.
- Puede ser, Leopoldo, puede ser…

Nos quedamos en silencio mientras en el debate televisivo se entrecruzan sesudos y tendenciosos argumentos. Otros internos dormitaban en el sillón mientras que Alicia, presa de su inquietud, no paraba de ir de aquí para allá. Ya es tarde y el personal empezó a invitarnos a ir a nuestras habitaciones a dormir.


Ya en la cama reanudo la audición de la quinta sinfonía de Tchaikovsky, emocionándome con ese final en el que hace una hermosa exaltación de esas ocho notas, como si fuera un triunfo personal. Más adelante, compondría su sexta sinfonía, la llamada “Patética”, la que habla de la muerte y finaliza con unos latidos que se apagan, esa sinfonía que estrenó unos pocos días antes de que el artista se pusiera fin a su vida. La vida y la muerte. Y la lucha. Y el amor… y el amor, y el amor… 

Hoy prefiero quedarme con la belleza